sábado, 24 de noviembre de 2012

La Historia......



P r ó l o g o

Este trabajo no tiene pretensiones literarias ni respeta las reglas modernas de redacción, ni siquiera utiliza frases sofisticadas. Es simplemente una sencilla narración que trata de mostrar la forma de vivir y de hablar en el tiempo en que las situaciones relatadas fueron vividas.  Pero también es una recopilación de datos históricos heredados de parientes ancestrales que han sido cuidadosamente custodiados para que no se pierda su originalidad. Sí este trabajo encontrara polémicas, se acepta toda rectificación histórica basada en documentos que merezcan fe, sobre el origen de algunos grupos de personas que llegaron al departamento de Santa Bárbara después de la colonización de Honduras y el asentamiento de grupos de españoles, allá por los años de 1700 en adelante.
Esta experiencia lleva implícito el enorme deseo de aportar algo sólido y original a las futuras generaciones de la familia Madrid Paz y por ende a los habitantes del municipio de Concepción del Norte. Transferir de esta forma las cosas buenas que se pueden vivir en nuestro municipio, identificarnos con todos aquellos acontecimientos que ocurrieron tiempo atrás de modo que se conviertan en un bello tesoro. Recuerdos que perduran en nuestra memoria y que esperamos se logren transmitir de generación en generación para conservar nuestra historia e identidad.


  

Antecedentes históricos de la fundación del Municipio de Concepción  del Norte

En la zona occidental del país, en el departamento de Intibucá nace un hermoso riachuelo que al deslizarse tranquilamente por el valle de Otoro, recibe el nombre de Rio Grande. Al seguir su trayecto va recibiendo el caudal de los ríos que se van abrasando con él como hermanos, el Higuito, Jicatuyo, Humuya, Sulaco, y otras quebradas menores; teniendo al final un recorrido de aproximadamente 400 km. Cuando ingresa al departamento de Santa Bárbara recibe el nombre de Ulúa, el cual penetra por las espesas montañas, por los inmensos y fértiles valles, formando un impresionante paisaje en la zona. En los crudos inviernos no tiene piedad y se lleva a su paso viviendas, cultivos, animales y más. Es como un león rugiente reclamando sus tierras perdidas que han sido invadidas por la voracidad de los que hoy lo admiran.
En los años de 1774 y 1815 desbordó su linaje y cubrió totalmente la rica, próspera y floreciente Villa de Tencoa, en el departamento de Santa Bárbara, sede del dominio español, lugar donde había una pequeña población de lencas y mayas que fue sometida para dar paso a ciudadanos españoles que harían de esas tierras su hogar. Según datos históricos, y los relatos transmitidos de persona a persona a través de los años, los habitantes de la Villa de Tencoa en la inundación de 1774 solo tuvieron tiempo de guardar la virgen de Santa Bárbara que tenían como patrona. Algunas de las personas que vivieron la experiencia, atribuladas por el suceso alzaron vuelo como aves para establecerse en nuevas tierras pero siempre en el mismo departamento.
Un grupo de estas personas, conformado por miembros de las familias: Erazo, Tróchez, Hernández, Leiva, Pineda, Enamorado, Rodríguez, Paz, Aguilar, Casaña, Bonilla, etc., se estableció en la hacienda El Guayabal, propiedad de unos gracianos (procedentes de Gracias) que llegaron a ese lugar en el año de 1761 a buscar nuevas tierras para establecerse. La historia de estos aldeanos se remontaba al pueblo de Gracias, fundado en el año de 1536 por Gonzalo de Alvarado en el departamento de Lempira; dónde ellos vivían hasta que tuvieron que emigrar debido a la excomunión por parte de la iglesia católica por haberle dado muerte a pedradas al bulero. Éste era un sacristán español que maltrató físicamente a una dama que estaba jugando con él a “las tablas” (juego semejante a los dados).  Todas las personas que observaban el juego se lanzaron contra el bulero para aprehenderle; éste se refugió en la iglesia de Guadalupe y se escondió atrás de la virgen de las Mercedes, pero el pueblo aún más indignado le dió muerte. Un buen tiempo más tarde, visitó esta ciudad de Gracias el santo misionero jesuita, Manuel de Jesús Subirana, quién levantó el terrible castigo de la iglesia católica, suscribiendo un acta pública la cual aún está guardada en una urna especial en dicha ciudad.
El resto de los habitantes de la Villa de Tencoa se establecieron en distintos lugares del departamento, estos con frecuencia visitaban a la virgen que estaba en El Guayabal en gratitud por haberles salvado y decían “vamos a Santa Bárbara” la frase se generalizó dando origen al nombre de la ciudad de Santa Bárbara y después al departamento.
Cuando la ciudad de Gracias fue destruida por una serie de sismos los días 26 y 27 de diciembre del año 1815, los descendientes de esa ciudad que habitaban en Santa Bárbara atribuyeron que había sido destruida por la maldición recibida en el año 1761 a causa de la muerte del bulero.
Otras familias de la Villa de Tencoa llegaron a una planicie rodeada de bellas colinas y hermosos cerros donde estaba establecida una hacienda con olor a vida, acariciada por un inquieto riachuelo llamado Cataquilas. Aquí encontraron ya establecidos a los españoles Felipe de Orellana, Juan Eliseo de Silva y Cristóbal Fernández, quienes muy contentos con los inmigrantes los acogieron y les brindaron toda clase de atenciones, estableciéndose definitivamente en la zona de Cataquilas.
Las inmigraciones españolas fueron aumentando y se iban estableciendo en distintos puntos del departamento de Santa Bárbara. Cruzando abruptos caminos, escarpadas veredas, ríos y quebradas que obstaculizaban su recorrido. Llegando a un bello paraje, con pequeñas colinas rodeadas de un extraordinario paisaje por sus montañas y quebradas que les invitaban al trabajo; allí encontraron unas pocas casas con personas que se dedicaban a repastar ganado de unos señores judíos y españoles que estaban establecidos en el área de Trinidad de Santa Bárbara. En este lugar abundaba el zacate, alimento preferido del ganado, y en forma natural crecían los arboles de cacao, por lo que le denominaban “Sitios del Cacao” allá por los años de 1760, lugar al que quiero referirme en el presente trabajo.


Primeros habitantes
En todos los tiempos y lugares, siempre hay personas que por naturaleza son historiadores, escriben para conservar datos de acontecimientos importantes. Así se recuerda a don Vicente Hernández, doña Nicolasa Hernández, a don Juan Ilario Vallecillos,  a don Potenciano Paz, a don Raúl Hernández nacidos entre los años de 1902 y 1921, y a don Genaro Paz Paredes nacido en el año de 1866, entre otros. Estas personas proporcionaron información al Perito Mercantil Carlos Madrid Hernández desde que éste estaba muy joven, sobre los primeros pobladores del caserío “Sitios del Cacao” hoy municipio de Concepción del Norte y otros hechos importantes del lugar que él recopiló a través del tiempo.
A través de 200 años de existencia de Concepción del Norte, muchos hechos interesantes se han perdido en la lejanía del tiempo o han llegado a nosotros en forma distorsionada, pero de una u otra forma hacemos un recorrido por la vida de nuestro municipio, recordando su origen, su gente, su patrimonio, sus tradiciones y leyendas, sus cuentos y fantasías. Una historia llena, más de hermandad y paz, de costumbres de antaño, de caseríos rodeados de cerros y montañas y una vida rural plena, segura y sana.
Por el año de 1750, además de las personas que asistían a los hatos de ganado llegaron al lugar, según datos proporcionados por doña Nicolasa  y don Vicente Hernández, los señores Tiburcio Hernández, Regino López, Julio Madrid, Fulgencio Paredes, Santiago Madrid, Mariano Hernández, Manuel Hernández, Hilario Hernández, Martha Membreño, María del Socorro Hernández y otros, procedentes del Valle de Tencoa, debido a las amenazas del río Ulúa en la época de invierno por lo que en aquel lugar sentían que ya no se podía vivir.
Sitios del Cacao se convirtió en un lugar muy atractivo para el trabajo, así llegaron otros habitantes de los poblados de Colinas, Trinidad, San Marcos, Pinalejo, y otros. Quienes compraron tierras al Curato de Petoa, como consta en los títulos de propiedad del municipio y en los de algunas personas particulares.
Entre tantos españoles que cruzaron ríos, montañas y valles por el territorio de Honduras, llegó el ilustre caballero Francisco Robles de Madrid en el año de 1771 al departamento de Santa Bárbara. Llegó acompañado de su hijo Francisco Remigio y se establecieron en San Marcos, Santa Bárbara. Seguidamente dispusieron trasladarse a otro lugar, encontrándose de frente con el admirado “Sitios del Cacao” en una ladera de la cordillera de “El Merendon” que con las lluvias destila miel de su mantillo, brindándole una fertilidad más valiosa que el oro.
El grupo familiar ya estaba formado por don Francisco Robles de Madrid, Francisco Remigio y sus nietos Luis, Dionisio y Nolverto. Ellos se establecieron en la zona denominada “Laguna Grande” y “Cerros de Agua Dulce” comprando veintiséis caballerías de tierra al Curato de Petoa y cuatro caballerías en el lugar de “Piedras Gordas” en el año de 1773 al Curato de San Pedro Sula. Estas tierras en su mayor parte han sido heredadas, conservando sus títulos como un recuerdo de sus ancestros. La propiedad de “Piedras Gordas” fue traspasada por don Francisco Robles Madrid a su hijo Francisco Remigio el 6 de junio de 1836.
Estos españoles fueron conformando la aldea al edificar sus viviendas y, de ellos se dice que fueron humildes, decentes, de fácil trato, afables, de buenas costumbres, de una contextura fuerte corpulenta, altos, de tez blanca y ojos azules. Fueron muy trabajadores y no temían al abrupto campo, a la espesa y robusta montaña, a los escarpados caminos que abrían al andar, a la intemperie, a la alimentación rutinaria, a las escasas comodidades, etc.
Supieron seleccionar la ladera donde establecieron la comunidad, la cual no presenta hasta hoy peligro de vulnerabilidad ante desastres de la naturaleza; reposa tranquilamente entre cerros y montañas, alejada del ruidoso modernismo, consentida y adormecida por treinta y tres fuentes de agua donde caballos con jinetes, y ahora los automóviles, disfrutan de las chispeantes aguas al pasar.

Su estilo de vida
Sus hogares eran humildes chozas hechas de varas disecadas colocadas perpendicularmente unidas con bejucos y sus techos cubiertos con zacate (paja); otras eran de bajareque. Con la llegada de los españoles las construcciones se hicieron con adobe, techo de teja de barro cocido; otras construidas de madera con techos de teja o zinc. Los pisos eran de tierra apisonada con arena, tierra blanca y el jugo de una semilla extraída del árbol de Guanacaste o de la corteza del árbol llamado Cablote. Los pisos después de ponerles estos materiales eran afinados y pulidos, pasándole con las manos la semilla de la fruta del árbol llamado Zapote, a la cual le decían Zapoyolo, realmente eran una verdadera obra de arte elaborada a mano.
La aldea fue creciendo y los habitantes tuvieron el cuidado de trazar en forma de cuadrícula el pueblo, donde las calles y avenidas son respetadas hasta hoy. En el centro de la aldea se encontraba la iglesia católica, frente a la misma el cabildo y entre estas dos un área cuadrada más grande, la cual fue reservada para reuniones cívicas de todos los vecinos. Los solares de las viviendas no estaban limitados por cercas, sembrando árboles frutales para delimitarlos.
Las necesidades eran pocas y tenían muchos medios para satisfacerlas, todos se conocían y eran muy solidarios. En los hogares casi todos tenían los mismos enseres, en la cocina usaban utensilios de barro cocido fabricado por ellos mismos; las hornillas eran de tierra calentada con leña; dormían en tapescos confeccionados con ramas de guayabo, planta fuerte y dócil que  la sujetaban con bejucos; algunos tenían petate, un tejido que lo elaboraban con el tallo de una planta llamada Tule. Sus muebles eran de trozos de madera de cedro, caoba o piedras pero con cierta comodidad; a medida las condiciones de vida mejoraban y la tecnología avanzaba fueron confeccionando taburetes y sillas forradas de cuero (piel de vaca).

Educación
A medida que aumentaba la población fueron sintiendo la necesidad de hacerle frente al analfabetismo, para lo cual se organizaron por primera vez los padres de familia para fundar una escuela privada, comprometiéndose a darle al maestro alojamiento, alimentación y alguna remuneración económica. Los conocimientos impartidos eran elementales, en matemáticas se aprendía lo básico. Se usó el método fonético para enseñar a leer y escribir. Las ciencias naturales eran aprendidas directamente observando los animales y las plantas. Usaban materiales de la comunidad como mimbre, tule, mescal, junco, madera, para elaborar cestas, petates, albardas, aparejos, baúles, sillas, mesas, cómo trabajos manuales.
Recibían orientaciones morales para fortalecer los valores cívicos y familiares, los que iban acompañados por enseñanzas religiosas. En la comunidad se establecieron los “Guancascos”, que eran encuentros para fortalecer los lazos de amistad, solidaridad y para el intercambio de productos que las comunidades producían.
Las condiciones educativas fueron  mejorando poco a poco y se abandonó el uso del carbón, piedras de cal, estacas punteagudas para darle paso al uso del papel, lápiz grafito, la pizarra y paulatinamente mejorar las condiciones físicas de las escuelas. 
En la comunidad de Santa Bárbara surge en 1815 el colegio de educación media, llamado “La Independencia”, organizado  por el General Luis Bográn. Esto fue una luz encendida que dio vida intelectual a muchas generaciones. Del municipio de Concepción del Norte salieron los primeros jóvenes a estudiar al colegio de Santa Bárbara y con muchas dificultades pues no había muchas familias dispuestas a cuidar estudiantes. El trayecto era muy difícil ya que debían viajar doce leguas (48 km.) montados a caballo y no había en el camino dónde tomar alimentos. Las condiciones eran difíciles pero el deseo de superación por parte de los padres y los jóvenes, con una visión distinta al medio que los rodeaba, pudieron superar los obstáculos. Algunos de estos jóvenes fueron Manuel Hernández Madrid (becado por el Gobierno) quién estudió magisterio y, Casto Torres, Carlos Madrid Hernández y Genaro Paz Fajardo estudiaron para peritos mercantiles, graduándose en el año 1923.
Estos distinguidos jóvenes dieron frutos materiales e intelectuales sobresalientes; el profesor Manuel Hernández con sus cinco hijos profesionales, el perito mercantil Genaro Paz con sus cinco hijos también profesionales, el profesor Casto Torres partió al cielo muy joven cuando se desempeñaba como maestro en la aldea de Chamelecón, departamento de Cortés. Después de estos cuatro jóvenes, salieron por los años 30 en adelante una gama de muchos que se diseminaron como mariposas a estudiar a distintos colegios y universidades, dándole muchos honores y gloria cómo profesionales al municipio. Incluida la descendencia del perito mercantil Carlos Madrid,  de sus nueve hijos seis hicieron estudios superiores, contando ahora en el año 2010 con cuarenta y cinco nietos, y de estos nueve egresados del nivel primario, diez y siete del nivel secundario y diversificado, y diez y nueve del nivel universitario.  


Vías de comunicación
El cruzar por serranías no era fácil, había que exponerse a múltiples peligros como encontrarse con un león, tigre, dante, cascabel, barba amarilla, devanador, coral, zumbadoras, mazacuates, timbos, etc. Pero aun así cruzaban la selva para comunicarse entre los poblados, abriendo caminos llamados picas, otros más amplios llamados caminos reales o de herradura, cuando ya usaban la bestia mular. Cruzaban las quebradas mediante planchas hechas de piedras o utilizando troncos de árboles atravesados que unían una orilla con la otra.
El  rio  Ulúa  fue  una vía  fluvial  muy  importante, a través de él se generaba el intercambio de comercio con el poblado de Chinda, Pimienta y San Antonio de Cortés, por medio de canoas o lanchas que ellos mismos fabricaban.
El río Ulúa fue muy utilizado para el transporte de madera en trozas que eran extraídas de las montañas y rodadas por desfiladeros a pura fuerza humana; éstas eran trasladadas por bueyes a los trocos por un sitio establecido en la playa del rio Ulúa, para luego ser transportado al poblado de Pimienta mediante lanchas flotantes compuestas por trozas de madera amarradas con cadenas donde colocaban la madera en rollo, a lo que le llamaban “rafle de madera” esta era guiada por personas que se colocaban sobre la carga, quienes manejaban unas varas muy largas y resistentes para ir encausando la lancha y evitar así los choques entre rocas o pasar por corrientes muy turbulentas.


Salud
A principios del siglo XVIII los médicos y las medicinas patentizadas eran muy escazas por lo que los habitantes tenían que experimentar con plantas y animales para hacerle frente a los problemas de salud más comunes; sí estos experimentos daban resultado se iban dando a conocer de persona a persona. Las siguientes son algunos de los medicamentos naturales más conocidos:
Conjuntivitis (Mal de ojos)
Se ponía en agua una flor amarilla llamada “Flor de Muerto” y se dejaba por una noche al aire libre, al siguiente día se lavaban los ojos con esa agua.
También se usaba para lavarse los ojos, el agua de nixtamal, maíz cocinado con ceniza el cual se dejaba toda la noche en agua; esta agua se colaba y era la que se usaba para lavar los ojos.
Para los parásitos (Ascáridos)
Se usaba la leche extraída de un árbol llamado “Higo”, se mezclaba con la leche de vaca y se tomaba en ayunas.
La “Picapica”, una planta que su fruto está en una vaina cubierta por un tamo picoso, se mezcla con leche de vaca para expulsar de forma natural los parásitos.
El ajo blanco, otro eficaz medicamento para expulsar o tranquilizar las ascárides, se tritura y se toma con leche.
Para la artritis
La “Flor de Baraja” es un arbusto con flores amarillas en forma de piña, las flores las cocinaban y tomaban el té por varios meses.
Para el mal de boca
Es una inflamación en las encillas con exceso de saliva. Para tratarla usaban la leche de una planta llamada “Piñón” que da una fruta redonda que al cortarla produce leche, la cual es combinada con agua para hacer enjuagatorios varias veces al día (se cree que la planta es tóxica).
En este siglo XXI está siendo usada para la producción de biodisel.
Las verrugas que les crecían en los dedos de las manos las hacían desaparecer usando esta leche de piñón directamente en la parte afectada.
Tosferina (Chifladora)
Esta tos era de naturaleza epidémica y era muy frecuente en los niños. La trataban tomando un jarabe preparado con dulce de panela, rajas de ocote, semillas de morro y hojas de eucalipto.
Para la Anemia
Preparaban un té con la corteza del árbol llamado jiote o indio desnudo.
Para la caída del cabello
Usaban las hojas trituradas de una hierba llamada “malva”, la colocaban en agua hasta que tenía una consistencia gelatinosa, y se la aplicaban en el cráneo dejándosela por varias horas sin lavar.
Para dolores ciáticos, musculares y de articulaciones
Usaban hojas de la planta llamada “siguapate”, la calentaban colocándola en un comal y al volverse dócil y caliente la colocaban sobre la parte afectada.

 Para las quemaduras
Era muy común que por el uso de los fogones y la manipulación de agua caliente, los miembros de las familias sufrieran de quemaduras. Eran atendidos con una pasta preparada a base de hojas trituradas del árbol llamado “cacaguanance” o madre cacao, también usaban la carnosidad de la planta llamada “sábila”. Otra muy usada era la clara de huevo batida, ésta se aplicaba en la parte afectada.
Para el insomnio
Los que tenían dificultad para dormir, les daban el té de la hoja de pito; la flor cocinada y enhuevada se convertía en un excelente plato (todavía se usa). La dormilona, una hierba rastrera que al rosarla inmediatamente se cierran sus hojas, se cocinaba y se tomaba como té.
Para el sarampión, varicela y rubiola.
Aparecían como enfermedades epidémicas. Preparaban un jarabe con dulce de panela o rapadura, trozos de cañafístola, pétalos de rosa tinta, decían que era para refrescar los intestinos. El enfermo se envolvía completamente en sábanas, ya que al sudar, bajaría la fiebre y aparecería de una vez la enfermedad en la piel . No permitían que al enfermo le diera aire porque creían que la enfermedad se escondía.
La Ericipela
Se produce en la piel una mancha roja dolorosa con bordes definidos y superficie protuberante. Se acompañaba de fiebre y malestar general en el cuerpo. Se curaba pasando a la parte afectada el abdomen de un sapo vivo, por varias veces y le daban de tomar jugo de limón y naranja agria al enfermo.
Paludismo o Malaria.
Tomaban el té de una hoja llamada “Tres puntas”, era muy eficaz.
Para malestares estomacales.
Era muy usado el almidón (harina elaborada y hervida) con limón. También la naranja agria, la manzanilla, la canela, la hoja de laurel, la linaza, el anís, el orégano, entre otros.
De esta forma natural y sin peligro de efectos secundarios, nuestros antepasados se unían a la naturaleza para hacerle frente a la vida. Disfrutaban del aire puro, del sol, el ejercicio físico, el descanso, la alimentación sana y de higiene mental y moral.
Entre las personas que se dedicaban a elaborar medicamentos como las pastillas para la anemia hechas de harina y sulfato ferroso, habían otras que añadían rituales a su medicina natural, eran los llamados “brujos”. Entre estos hubo un personaje en Concepción del Norte de origen guatemalteco que se llamó, Miguel Ángel Pérez.
Concepción del Norte ha sido un pueblo relativamente sano, no ha padecido de muchas epidemias, las más comunes han sido la tosferina, el sarampión, la  conjuntivitis y el cólera morbus que lo azotó por el año de 1832.


Alimentación
Concepción del Norte ha sido un lugar apto para la agricultura. Desde su fundación los coterráneos se dedicaban a cultivar maíz, frijoles, arroz, caña de azúcar, café, yuca, malanga, guineos, ayote, challa, izote, pacaya; y la producción de mangos, aguacates, guayabos, anonas, zapote, urraco, paterna, zuncuya, etc. Desde el primer cuarto del siglo XX, la municipalidad tenía una extensa parcela de tierra ejidal, hacia el sur entre el pueblo y el río Ulúa, a la que llamaban “La Zona”. Los vecinos que no tenían tierras para cultivar lo hacían en esta propiedad. También existían terrenos propiedad de particulares que alquilaban las tierras por “quintos”, el pago por dicho alquiler se hacía con parte de la cosecha. Mucha gente cultivaba de esta forma. La zona dejó de ser una propiedad ejidal cuando el INA, por los años ochenta, se la entregó a un grupo de campesinos los cuales fueron organizados y financiados por una ONG, que les proporcionó unas vaquillas con el propósito de que se convirtiera en una hacienda. Al poco tiempo hubo malos entendidos entre algunos campesinos del grupo lo que provocó su desintegración, quedando la propiedad en poder de sólo dos dueños, ya que les compraron los derechos a los demás. Ahora los nuevos pobres no tienen dónde trabajar. 
En general los habitantes del municipio se dedicaban a la caza de animales silvestres, especialmente los fines de semana o por las noches. Sacrificaban venados, cerdos de monte o tenchos, guatusas, ardillas, conejos, iguanas, etc. pues eran fáciles de encontrar en los alrededores del lugar. Las carnes de estos animales se conservaban salándolas y secándolas al sol.
Las amas de casa eran expertas en el arte culinario y todos los hogares preparaban los mismos alimentos. En los patios crecían las aves domésticas como gallinas, patos, pavos, cerdos etc., convirtiéndose en su patrimonio familiar.

Entre los alimentos que se preparaban se recuerdan:
Atol Agrio
Se preparaba con maíz molido en crudo y fermentado por un día. Se cuela y se cocina con agua y dulce. Al momento de ingerirlo se le puede agregar frijoles enteros o harina de semilla de ayote.
El Chilate
Se prepara con harina de maíz tostado y se cocina con agua. Su sabor es simple por lo que se acompaña con algún dulce o conserva como papaya de monte, plátano, pan en miel, torrejas o buñuelos.
El Pinol
Es de harina de maíz tostado, con cacao, dulce, pimienta olorosa o canela. Se cocina a la consistencia deseada.
Tamal Mudo
Masa de maíz con sal, frijoles enteros, manteca o aceite. Este tamal era muy usado por las personas que trabajaban a mucha distancia de sus hogares.
El Nacariqüe
Era un alimento preparado con los huesos de las patas de venado, secadas al calor del fuego de las hornillas, le agregaban harina de maíz crudo, especias y achote.
La Morcilla o Salchicha
Lavaban muy bien los intestinos del cerdo y lo rellenaban con la sangre del animal (cerdo o res), preparado con especias, orégano, manteca y sal. Se cocinaba y al momento de degustarlo se ponía a freír.
Chanfaina o Candinga.
Es un guiso preparado con las víseras del cerdo condimentado con plantas aromáticas.
Estas y otras formas de alimentarse eran comunes en el lugar, y usaban piedras para moler antes de que apareciera el molino de mano.
Otra costumbre lugareña era la fabricación de jabón. Lo preparaban con lejía de ceniza y grasa de res; era muy usado pues no tenía competencia. Hay otros lugares en el país que todavía lo producen para uso local.

Alimento ancestral y actual.
Atol de Elote.
Este exquisito atol se elabora con elotes tiernos; se muele y se le agrega agua. Se pasa por un cedazo, se agrega azúcar y se cocina al fuego hasta que hierve. Puede agregarse leche de vaca.
La Rigüa.
Es de elote tierno molido. A esta pasta se le agrega huevo, sal y azúcar. Se cocina poniendo la pasta sobre hojas de plátano o de almendros y se cocina sobre un comal.
Tamalitos de Elote.
Se muele el elote, se le agrega sal y azúcar. Sí la pasta está muy seca se le puede agregar leche de vaca o mantequilla.
Montucas.
A la pasta de elote tierno se le agrega dulce de panela molido, sal, cominos y pimienta y una porción de carne. Si la pasta está muy seca se le agrega manteca o aceite.
Nacatamales.
Un alimento muy apetecido y muy consumido en tiempos pasados; y su costumbre se ha conservado hasta hoy.
El frijol.
Alimento ancestral que lo conservaban con un preparado de tallos de flor de muerto con chile o con madreado y maguey.
El Jute.
Es una variedad de caracol, abundante en las quebradas de agua dulce y se ha extinguido porque su hábitat se ha contaminado. Un alimento ancestral que se preparaba en forma de salsa.


Montañas, Ríos, Quebradas y Cuevas
Sus Leyendas
Concepción del Norte, es un municipio que posee montañas fértiles que se desprenden de la hermosa cordillera “El Merendón”, dando origen a las montañas denominadas el Faro, Cuchillalta, Santa Ana, Agua Dulce, Montañita, y otras. Lugares donde se ha cultivado el café desde los años 1835 con la variedad conocida como Arábigo, el cual requiere de mucha sombra. El árbol era alto y ramificado lo que dificultaba su recolección. Después se cultivó la variedad Borbón y ahora la Caturra, esta variedad es de poca altura con ramas abundantes y requiere de poca sombra, por lo que las montañas han quedado desprovistas de bosque. Las primeras personas que cultivaron el aromático arábigo fueron entre otras: Dionisio Madrid y su esposa María del Socorro Hernández, Felipe Paredes, Santiago Paz Barahona, Salomé y Genaro Paz, José León Madrid, entre otros, y algunos de sus descendientes.
Estas montañas dan origen a cerros que como centinelas vigilan el quehacer de los vecinos del hermoso municipio de Concepción del Norte. Estos lugares están saturados de leyendas y tradiciones variadas y emocionantes; dónde los habitantes las llevan de boca en boca como un sueño y fantasía del que las creó; y así tenemos:
Cerro del Espíritu Santo
Fue bautizado con ese nombre por el sacerdote misionero Manuel de Jesús Subirana, español de la orden jesuita. A este cerro los coterráneos le nombraban “Chiviadero de Brujos” ya que decían que estaba encantado porque escuchaban voces, cantar de gallos, música y sonar de campanas. Esto llegó a oídos del misionero quien conjuró al cerro para que los demonios desaparecieran pero quedó una evidencia, que en la estación del verano se ve en el lugar tres hermosas bolas de fuego cruzando el espacio de un lado a otro, a veces se unen y al verlas los vecinos las relacionan con tres mujeres rezando el ave maría.
Don Guillermo Madrid Hernández contaba que por los años de 1920 éstas luces estuvieron muy próximas al pueblo y que un grupo de jóvenes incluido él, les dispararon con pistolas, acto seguido escucharon de parte de ellas unas enormes carcajadas por lo que nadie las ha vuelto a molestar. Es un cerro en que se combinan la fantasía con la imaginación para darle al lugar un aura de misterio. Ahora en el 2010, se encuentra en la cúspide de ese cerro una antena de telefonía celular.
Cerro  El  Viejo
Es una elevación muy hermosa nombrada así en honor a don Nepomuceno, un anciano de gran barba y cabello como hilos de plata que buscaba zacate para techar su casa, que ascendió a la cima por un camino escabroso y de bosque virgen con tan mala suerte que se rodó y falleció.
Es un cerro donde los incendios forestales no le permiten cobijarse de vegetación, se ve gastado porque el agua lluvia le ha formado camellones y solo se ven las rocas blancas que con facilidad se desprenden.
Cerro la Rabona
Otro imponente y majestuoso cerro que deja como regalo imperecedero la cordillera de El Merendón. Es el que parece estar imponiendo respeto y autoridad desde lejos, dicen que de él se rodó una vaca que con su hermoso y gran rabo se envolvía para dormir, por lo que los coterráneos le llamaban “La Rabona”.
Cerro Redondo
Como desprendida de la cordillera de El Merendón fue a posarse cerca del pueblo de Concepción del Norte, una preciosa altura de fácil acceso con poca vegetación, propia para acampar y contemplar desde su cima al pueblo, al rio Ulúa y otros lugares de atracción sin igual. En este cerro que por su forma es llamado Redondo, en el año de 1946 llegó de lejanas tierras un misionero católico miembro de la “Santa Misión”, quien fue con los feligreses a colocar una cruz de madera en la cima del cerro como símbolo de la fe cristiana. Los domingos se formaban caravanas de personas religiosas para llevarle flores y rezar el rosario a la virgen María.
Los jóvenes que acompañaban a las damas a los rezos, recorrían las faldas del cerro buscando una raíz que se llamaba “Cabeza de Negro” con la que se confeccionaba un juguete infantil llamado “Enchute”, ya que era un material blando y fácil de perforar.


Cuevas de la Botija
Al sur de la cabecera municipal y a unos 3 Km. del parque central se encuentra una pequeña montaña con mucha reserva forestal y belleza escénica desde cuya cima se puede escuchar el sonido de las pequeñas cascadas de su arroyo, el que contiene también un área kárstica impresionante apropiada para practicar actividades de rapel y escalada, con un cañón de 195 m. de altura.
En el año 1925 el señor Vicente Hernández acompañado del señor Marcos Barahona dispusieron hacer un recorrido por dicho lugar, encontrando una escondida y enorme cueva, donde para su sorpresa contenía una variedad de objetos, entre ellos una piedra en forma de campana que colgaba de un risco y una tinaja antigüa llena de baratijas. Ante aquel hallazgo los vecinos le llamaron al lugar “Cuevas de la Botija”, desde esa fecha en adelante han sido visitadas por la gente del pueblo y algunos turistas, entre ellos algunos sacerdotes norteamericanos.
Un 28 de septiembre del año 2008, las profesoras Alicia Isabel y Alida Madrid Paz con la colaboración del alcalde Profesor Celio Paz solicitaron a la oficina de Antropología e Historia que hiciera un estudio y exploración de las cuevas para evaluar su potencial turístico. Según el informe presentado a la oficina por los señores arquitecta y especióloga Cintia Zepeda y el paleontólogo Jorge Antonio Yanez, son siete las cavernas que forman el conjunto de las “Cuevas de la Botija”, unas son pequeñas y otras de regular tamaño. Una de ellas mide 80 X 90 m. de longitud y al final de la misma tiene una cámara superior cuyo túnel de acceso es demasiado pequeño como para explorarla. Una de las cavernas fue bautizada con el nombre de “Alacrán” debido a que en su interior se encontró uno de gran tamaño y que no es común en esta clase de cavernas.
También encontraron siete especies de murciélagos que ameritan un estudio especial. En el informe presentado por la comisión consideran que las cuevas pueden ser visitadas sin peligro, siempre y cuando sea con equipo especial para este tipo de exploraciones. La caverna del “Alacrán” se puede penetrar perfectamente sin peligro de daños ecológicos. Recomiendan que la montaña se declare reserva nacional para que no sea deforestada y no pierda su encanto natural.
Se cuenta que a mediados del siglo XX llegó un señor llamado Eulogio Santiago a Concepción del Norte, el se dedicó a extraer de las cuevas salitre o excremento de los murciélagos, lo cocinaba en unas enormes calderas con azufre para fabricar pólvora.

Ríos y Quebradas
De las entrañas de las montañas brotan unos treinta y tres encantadores manantiales que al contemplarlos parecen un collar de perlas que adornan el pecho de la madre tierra y que abrazándose van formando atractivas quebradas que a su paso humedecen las fértiles tierras dedicadas a la agricultura, ganadería y cultivo de café; algunos se han utilizado para llevar agua potable a las comunidades cercanas perdiendo así su encanto natural. De algunos de ellos hay relatos sobre las experiencias vividas por personas de la comunidad, como el caso de la llamada “Quebradona”.
La Quebradona
Esta quebrada está formada por varios riachuelos, pasa a unos 200 m. de la comunidad de Concepción del Norte y termina alimentando al río Ulúa.
Cuentan que por las noches oscuras escuchan que alguien lava ropa en la quebrada. Una noche del año 1915 un grupo de atrevidos jóvenes dispusieron observar quién se encontraba ejerciendo esa labor a altas horas de la noche, entre ellos el joven Guillermo Madrid; más no se imaginaron a una hermosa mujer desnuda hasta la cintura, con una enorme cabellera que le cubría parte de su rostro, con sus senos descubiertos y muy pronunciados, que al verlos les dijo: “vengan tomen su teta”, al escuchar esta expresión todos salieron despavoridos. Se decía que ésta era una señora que salía por las noches a la quebrada a lamentar la muerte de su pequeño hijo que se le había ahogado en esas aguas, los habitantes de las regiones aledañas le llamaban “La Sucia”.
La Pita
Por la parte norte del pueblo, camino hacia la montaña denominada “La Montañita” sale al encuentro del viajero una pequeña y bonita quebrada llamada “La Pita”. Los habitantes de la región procuran cuidar sus alrededores debido a la aún pureza de sus aguas.
La Quebradita
En un entorno paradisíaco alejado del ajetreo del día y a un kilometro del parque central del pueblo de Concepción del Norte, hacia el este, se encuentra el riachuelo “La Quebradita”, que sale como a escondidas de las faldas del Cerro El  Viejo, con poco caudal en su nacimiento. Es muy bello, sus aguas saltan como formando listones que se cruzan entre sí, un lugar muy apacible y tranquilo propicio para la inspiración de los enamorados.
Después de recorrer unos pocos kilómetros se esconde en el suelo como tímida joven para luego surgir con altas temperaturas formando, en su nuevo recorrido estalatitas que le dan al paisaje un aspecto espectacular. Los lugareños le dicen al lugar “Agua Caliente”.
Este conjunto de quebradas se reúnen y poniéndose de acuerdo visitan al río Ulúa, aumentándole el caudal. Río admirable que en tiempos de verano alimenta al campesino con sus peces y camarones, aunque tengan que evadir a los temibles cocodrilos que por hoy se han proliferado.
El municipio de Concepción del Norte cuenta con muchos nacimientos de agua que reciben distintos nombres según el lugar por donde cruzan, muchos de estos nacimientos se han utilizado para llevar agua potable a distintas comunidades, por lo que las quebradas grandes tienen ahora poco caudal.

Misionero Manuel de Jesús Subirana
Por el año 1862 llegó a Honduras un misionero español, de la orden jesuita, llamado Manuel de Jesús Subirana, un sacerdote muy preparado y con una vasta experiencia adquirida en su país. El propósito de su viaje era el de  evangelizar y ayudar a los indígenas hondureños a tener una mejor vida.
En su cruzada, la aldea “Sitios del Cacao” tuvo la suerte y placer de recibir a tan distinguido personaje. Al darse cuenta los aldeanos que él llegaría se prepararon limpiando los angostos caminos, solares, casas y quitando la maleza de las calles. Todo era una fiesta y prepararon la casa de don Felipe Paredes donde lo alojarían. Don Felipe era un personaje muy ilustrado y de recursos económicos, aunque no sabía leer ni escribir. La casa era grande, construída de madera y sostenida por polines de un metro de alto; la remozaron y adornaron con flores de carao y con palmeras de corozo. Había alimento y bebida de la que se acostumbraba en el lugar.
El misionero salió de la comunidad de Villanueva, Cortés hacia la aldea Sitios del Cacao en el mes de abril, en el trayecto pasó por el caserío de Agua Dulce, aquí les profetizo que en los años venideros llegarían máquinas a cortar los pinos (esto ya sucedió en el año de 1956) y que cruzarían alambres que darían luz (ya tiene luz eléctrica desde 1997, siendo alcalde el ingeniero agrónomo Abelino Madrid Hernández). Los de la aldea Sitios del Cacao lo fueron a encontrar por el camino que le tenían preparado, pero la comitiva tomó otra vía por orden del sacerdote.
Después de estar en el lugar de Agua Dulce se dirigen hacia Sitios del Cacao, sus acompañantes lo cargaban en una silla sostenida por dos ramas de árbol, llamadas “andas”,  cargada por 4 hombres para que el misionero no caminara y no se agotara.
Cuando llega a su destino ve con indiferencia la casa que le tenían preparada para que se alojara, declina la invitación y se fue a hospedar a la humilde vivienda de don Serapio Hernández y Feliciana Fajardo. Cuentan que al entrar a la casa puso una piedra para recostar su cabeza y reposar. En la familia de don Serapio había dos niños, Nicolasa Hernández y José León Madrid a quienes bautizó y al niño le dijo que cuando él se enfermara y estuviera para morir sería auxiliado por un sacerdote. Cuenta la familia de don José León que aquella profecía se cumplió en el año 1927.
Todos los habitantes de la aldea se reunieron en la plaza para escuchar sus sermones, con expectación y curiosidad, y algunos con devoción. El sacerdote agradeció las muestras de cariño y acogida. Les manifestó que había cambiado la ruta de su viaje porque era necesario pasar por el cerro de Agua Dulce para vendecirlo porque era un volcán de agua y que las aguas brotarían por bajo de sus entrañas, los pobladores creían en la veracidad de las palabras del misionero. Actualmente del cerro nacen como treinta vertientes de agua.
Entre sus sentencias y recomendaciones, recordamos:
a.     Que el rio Ulúa quedaría en charcos, ahora los vecinos temen que con la construcción de las represas Jicatuyo y los Llanitos, esta profecía se haga realidad.
b.     Les recomendó que compraran tierras y que no las vendieran.
c.      Les incentivó a que cultivaran porque habría hambre y buscarían las montañas para alimentarse de raíces.
d.     Que los peces llegarían a las montañas. Hoy las peceras que crían tilapia en esos lugares cumplen con la profecía, según los lugareños.
e.     Que el ganado quedaría en poder de los ricos.
f.        Que el agua se iba a escasear de tal manera que el agua se vendería.
g.     Los animales en busca del preciado líquido se despeñarían y que los niños los conocerían por medio de la preservación de sus cuernos.
h.      A las mujeres les recomendaba que por apariencia no abortaran a sus hijos porque era pecado.
i.        Que las guerras no faltarían pero quiénes más morirían serian los pobres.
Esto maravillaba a los aldeanos que más lo acompañaban para darse cuenta de las cosas que profetizaría en otros lugares.
De Sitios del Cacao salió para el poblado de Trinidad, Santa Bárbara pasando por el caserío de Zunzapote. El sacerdote les preguntó si abundaban ésta clase de árboles en este lugar. Los lugareños le dijeron que había unos cuantos, entonces él les dijo que lo que más abundaba eran las flores y desde aquel momento esta comunidad lleva el nombre de “Flores”. Continuaron su camino hacia Trinidad pasando por otro poblado que tenia por nombre “El Plan del Sapo”, el santo padre les dijo que mejor le llamaran “Concordia”.
Don Felipe Paredes dueño de la casa donde el misionero no se hospedó, se molestó por ésta razón, por lo que dispuso ir a la comunidad de Trinidad a destazar un toro pero antes le pediría al misionero que se lo bendijera. El santo padre al darse cuenta de la idea de don Felipe dijo que ni los humanos, ni las aves del cielo, ni los peces del mar comerían de la carne de ese toro. Don Felipe muy angustiado por lo expresado por el santo misionero se alejó del lugar y se fue para el Puerto de Omoa, lugar de mucho movimiento comercial, dónde tampoco pudo vender la carne, la cual arrojó al mar. Debido a esta historia comentada por décadas en varios pueblos del departamento de Santa Bárbara, los habitantes siempre están pendientes de los descendientes de don Felipe Paredes, porque fue maldito hasta la quinta generación por el sacerdote Manuel de Jesús Subirana.


Quién fue don Felipe Paredes.
Don Felipe Paredes oriundo de El Jilote fue un hombre muy activo y con iniciativas propias muy acertadas. Se dedicó a la crianza de cerdos los cuales vendía en el Puerto de Omoa. Tenía habilidades comerciales y buenas relaciones humanas. No sabía leer ni escribir pero se desenvolvía muy bien. Cuando regresaba de Omoa traía consigo monedas fernandinas -del rey Fernando VII de España- o la moneda Sol de Perú, también Libras Esterlinas de Inglaterra. En esa época en Honduras no había una moneda oficial por lo que circulaban todo tipo de monedas extranjeras. Don Felipe Paredes ahorraba el dinero y de vez en cuando lo asoleaba en cueros de res para evitar el moho.
Compró una hermosa propiedad al Gobierno de Honduras, en el sector de La Montañita, en dominio pleno mediante documento que guardan sus descendientes. La aldea Sitios del Cacao pasa a la categoría de municipio el 7 de junio de 1875 con el nombre de Concepción del Norte. La comunidad nombró de alcalde a don Felipe Paredes y de secretario a su pariente Torcuato Paredes; siendo Presidente de la República el señor Ponciano Leiva en el período presidencial de 1874 a 1876.
En ese tiempo el Gobierno emitió un decreto donde todo el dinero en moneda sería cambiado por billetes, los cuales tenían la figura de una vaca. Cuentan los descendientes de don Felipe Paredes que éste envió 5 mulas cargadas con las monedas, a cargo de su hijo don Juan Abraham Paredes para que se lo cambiaran por los nuevos billetes. El viaje duró todo el día y cuando llega a la aldea el Cedrón, sede del cambista don William Howard pero al no encontrarlo dispuso regresarse con las monedas. En el camino, las bestias se le cansaron y decidió pernoctar en la aldea el Guanco, para lo que le pidió alojamiento a don Francisco Medina y a su esposa doña Ramona Chávez. Descargó las bestias y las dejó en el lugar. Planeaba llegar a pie hasta su casa con la promesa que al siguiente día regresaría por las cargas, pero no lo pudo hacer ya que la muerte lo sorprendió al día siguiente.
Don Francisco Medina y su esposa Ramona Chávez muy preocupados por la responsabilidad del dinero y sin ninguna protección decidieron enterrarlo en el solar de su casa, para lo cual prepararon un enorme agujero y lo depositaron poco a poco, cubriéndolo con basura, para disimular y despistar a los curiosos.
Don Francisco muy preocupado por esta situación, todas noches dormía en una cueva que estaba próxima a su casa llamada el “Zuntul” junto con su nieto Remigio Paredes, quien narraba esta historia.
El dinero no se encontró por lo que se desató un conflicto entre dos hijos de don Felipe Paredes, Vivian y Rosa Paredes. Los parientes señalaban a Rosa de haberse quedado con parte del dinero de su padre. Vivian instigado por sus familiares dispuso desaparecer a su hermana, para lo cual la esperó en un lugar boscoso aprovechando que iba a recoger agua a la Quebradona,  don Vivian le disparó hiriéndola mortalmente.
Una comisión fue por él a la aldea El Jilote junto con el juez don Jesús Hernández. Vivian confesó su culpa y fue sentenciado en Santa Bárbara a doce años de prisión. Cuando cumplió su condena fue muerto por un disparo de fusil en Trinidad, Santa Bárbara, por un sobrino de doña Rosa, en tiempos de guerra.
Las siguientes generaciones que vivieron en el lugar y próximas al cerro del Espíritu Santo aseguran haber visto luces durante la noche y sospechan que son provocadas por el dinero que está enterrado. Se ha buscado pero a la fecha nadie lo ha encontrado. La aldea del Guanco ya no existe y las propiedades pertenecen actualmente al agrónomo Salvador Madrid Madrid.


Aquella Noche Fatal.
En el hogar formado por don Carlos Madrid e Isabel Paz por la década de 1940, los 11 miembros de la familia permanecían en constante trabajo moviéndose de un lado para otro. Sin importar edad o actividad que se realizara todos tenían algo que hacer en forma ordenada y disciplinada.
Wilfredo de 14 años de edad fue enviado a la montaña de “Cuchillalta” a cuidar una cantidad considerable de sacos de café, a la casa donde estaba la finca. Los cortadores del grano y los mayordomos habían regresado a sus hogares por haberse terminado la recolección del café, y a don Carlos se le dificultó mandarlo  a traer para su casa del pueblo.
Don Carlos le preparó a su hijo una mula ensillada, un rifle con municiones, una linterna de mano y una hamaca. Doña Isabel, su madre, le preparó algo para que saciara su apetito. Por la tarde, Wilfredo emprendió el camino llegando a su destino cuando la noche se aproximaba; amarró la bestia cuidadosamente para que no se escapara, la despojó de toda su montura y la guardó dentro de la casa. Wilfredo dispone entrar a la casa en una total oscuridad, con mucho cuidado y aferrado a su rifle alumbra con su linterna, todo estaba en orden en aquella casona hecha parte de madera y otra de bajareque. Dispone no hacer una fogata como era costumbre para dar evidencia de que alguien estaba en la casa, más no pensó que la mula lo delataría.
Decide acomodar la hamaca para dormir y la instala prácticamente sobre los sacos de café. Coloca el rifle atravesado debajo de la hamaca. De pronto sintió la enorme soledad y la oscura noche. El silencio total que solo era interrumpido por el estornudo que a veces hacia la mula o el tirón de sus patas cuando un animal la picaba. Cuando escuchaba esto el sentía seguridad ya que se comenzaba a aterrorizar al pensar en que malos espíritus llegarían. Acostado se envuelve bien con la sabana y trata de dormir pero no puede conciliar el sueño, piensa que le va a salir el fantasma de una señora que hacía poco había muerto en uno de los corredores de la casa.
En una lucha por dormir y no dormir la noche avanzaba, no tenia reloj para confirmar la hora pero ya era tarde cuando escucha que alguien golpea la puerta con los nudillos de los dedos, tres fuertes toques que lo hicieron enrollarse entre la sabana, sentía que el corazón se le salía y el cuerpo temblaba y se olvidó del rifle. De repente escucha la voz ronca de un señor que le decía “Carlitos abre la puerta que vengo de lejos y quiero quedarme aquí”. Afortunadamente Wilfredo identificó la voz del pariente Antonio Hernández, se lanzó de la hamaca y le abrió la puerta la cual tenía una tranca atravesada, lo pasa adelante lo alumbra con el foco de mano para que se acomodara sobre los sacos de café y durmiera el resto de la noche.
Cuando Wilfredo logra estabilizar sus nervios debido a la buena compañía pudo dormir tranquilo el tiempo que faltaba para amanecer. Al siguiente día sin esperar órdenes se regresó a su casa. Su madre supuso que su rápido regreso se debía a que no tenía más comida, su padre consideró que la misión estaba cumplida al decirle que todo estaba bien. Wilfredo por su parte no comentó con nadie los momentos de angustia que pasó, porque era un episodio más de los tantos que sucedían en la familia por la clase de actividades que realizaban entre el pueblo y las fincas de café en la montaña.
Cuando él ya era profesional y cultivaba la parte de la finca que heredo de su padre, en las tertulias que se hacían con la familia contaba la experiencia de aquella noche fatal.


La fiesta de los Olingos
Wilfredo un niño en edad escolar, regresaba un día de sus clases donde había permanecido por espacio de tres horas, deseaba llegar a su casa pronto para almorzar.
En esos tiempos a la escuela no se llevaba merienda ni en ella se vendían golosinas. En la casa de don Carlos Madrid, su padre, todos los miembros de la familia participaban en diferentes actividades sin ser objeto de ninguna paga o remuneración por los trabajos realizados conforme a su edad.
Todos se levantaban a las cinco de la mañana, al escuchar las tonadas de un reloj de péndulo que estaba colocado en una esquina de la sala. Su padre casi todas las mañanas solía sintonizar música ranchera mexicana, en un radio que estaba colocado en la esquina opuesta al reloj.
Su hermana mayor Fredesvinda y su hermana Alicia, de corta edad, todas las mañanas caminaban desde su habitación hacia la cocina a preparar el desayuno. Alicia medio adormitada y sin tener ninguna responsabilidad en la preparación de dichos alimentos, se preparaba un costal de bramante para terminar de dormir en la cocina.
Cuando ésta actividad comenzaba, aparecía don Herculano, un parroquiano que dormía en una de las bodegas de la casa, quien a cambio de una taza de café, un vaso de leche o una burra molía el maíz en un molino de mano para que la doméstica que pronto llegaría hiciera las tortillas en un comal de barro.
En aquel ambiente agradable y jubiloso todos desempeñaban sus actividades organizadas; doña Isabel abría las puertas del almacén de abarrotería. Reinaldo, Ottoman y Jaime, los hijos mayores de la familia, salían para las labores del campo junto con los trabajadores para sembrar las milpas de maíz, en una propiedad distante denominada El Portillo, ubicada en la zona de “Cuchilla de Ocote”.
Cuando Wilfredo llega a su casa encuentra a su papá ensillando una bestia, para que él fuera a dejar el almuerzo a sus hermanos y trabajadores a la milpa. Wilfredo entra a su casa, guarda su bolso que contiene sus útiles escolares y se pone a las órdenes de su papá porque para ellos la obediencia y humildad eran las coronas de presentación.
Él le manifiesta a su papá que quería almorzar antes de irse, pero en esta ocasión el tiempo avanzaba y no había que esperar; para que calmara su apetito don Carlos le entrega cinco centavos para que se comprara dónde don Regino Paredes una tapa de dulce y que se la comiera en el riachuelo “Corea” por donde él tenía que pasar y aprovechar que la bestia tomara agua.
Wilfredo muy contento porque comería dulce de panela, monta la bestia y emprende el camino, al llegar al riachuelo sujeta su bestia en el tronco de un frondoso árbol de Guanacaste del cual la sombra quería disfrutar, a la orilla de la quebrada. Cuando está preparando el dulce para degustarlo dirige su mirada hacia la copa del árbol y observa como descendían decenas de olingos o monos aulladores, todo un ejército de animales negros que desfilaban hacia él por causa del dulce; aullaban horriblemente y descendían con movimientos ágiles y rápidos. Wilfredo al verse amenazado, se eriza de pies a cabeza, sus piernas se debilitan y lanza gritos angustiosos pero nadie le escucha en el silencio del bosque. Los animales lo iban rodeando y en semejante tribulación lanzó el dulce lejos de él y así logró desviar el ataque de los animales, quienes se lanzaron furiosamente sobre las porciones del dulce. De esta forma logra salir del conflicto y soltando la bestia la monta muy aprisa y toma de nuevo el camino.
Cuando su corazón había normalizado sus palpitaciones y sus nervios se habían tranquilizado, habiendo recuperado sus fuerzas y sintiéndose seguro en el grupo de trabajadores, les contó a sus hermanos lo que le había acontecido, quienes contentos porque ya estaba a salvo, hacían chiste de lo que le había sucedido. Esta historia ha sido contada por su protagonista para ser escrita.


Galletas con sabor a leña
Don Carlos Madrid fue un caballero amante de la naturaleza, poseía una propiedad hermosa con una topografía espectacular muy cercana al pueblo de Concepción del Norte, hoy propiedad de su hijo Jaime Javier.
Parte de la propiedad está rodeada por una caudalosa corriente de agua cristalina donde los niños juegan y pueden darse un chapuzón. Se pueden apreciar en ella sardinas, moluscos, renacuajos, etc.
La propiedad estaba limitada por veredas limpiadas para que circulara el ganado hacia el corral donde las vacas eran ordeñadas. Las parcelas o potreros son llamados conforme al nombre del dueño anterior a quién se le había comprado. Así tenemos el potrero de don Pelfo, doña María, don Gabriel, etc.
Don Carlos fue un hombre visionario, reforestaba la propiedad con árboles frutales como el zapote, mangos, suncuya, nances, urraco, aguacates, guanábanas, naranjas, limones, café, plátanos, etc. Había un área con un riachuelo donde crecía el coyol llamada “El Zuntul”. Por los callejones, sembraba muy junto a los alambrados maderas preciosas y en el resto de la propiedad zacate, pues era ganadero.
La hermosa arboleda en tiempos de primavera proporcionaban al lugar una nota de alegría y riqueza forestal. Brindaba la hermosura de ramas verdes cuajadas de flores como el macuelizo y el carao, era el paraíso de cientos de pájaros cuya visita se estimulaba con frutas o granos que cada árbol producía, el aire fresco de las montañas embellecía el penetrante aroma de otras plantas y azahares que se confundían con el característico olor a ganado.


Una promesa cumplida
Por el año 1948 se estableció en Concepción del Norte una misión evangélica que estaba a cargo del doctor en medicina Ricardo Auler. Organiza una clínica que luego tomó auge por los aciertos de este médico norteamericano. Llegaban pacientes de muchas aldeas y otros lugares.
Entre los visitantes estaba la familia Rivera del municipio de Trinidad, Santa Bárbara. El viaje desde este pueblo era de todo un día. El señor Rivera llego a la casa de don Carlos Madrid con quien ya eran muy buenos amigos, dejaban allí sus bestias de montar y otras pertenencias y siempre se les atendía con un suculento almuerzo y otras atenciones propias de la época y la amistad que los unía.
En una ocasión, cuando los señores Rivera se disponían a regresar para su lugar de origen fueron muy corteses y preguntaron a don Carlos cuanto le debían por sus atenciones, don Carlos como siempre les dijo que absolutamente nada. Uno de los señores Rivera dirigió su mano a la bolsa del pantalón donde guardaba una pequeña cartera de cuero tomó diez lempiras y se los entregó a la niña Alida de seis años de edad, hija de don Carlos. Cuando le entregó el dinero le dijo, que su papá le comprara un cerdo para que lo engordara y así multiplicara el dinero. La niña estaba feliz con el billete pero como en esos tiempos no era usual que los niños manejaran dinero se lo entregó a su papá. En el hogar de don Carlos se engordaban cerdos pero a Alicia no le asignaron uno, el dinero se gastó y el regalo del señor Rivera quedó en el olvido o en la indiferencia.
Pero no así en la niña que siempre recordaba el acontecimiento. Ella fue creciendo y cuando su edad le permitió poder reclamar dejando la timidez atrás, le recordaba a su padre en forma de broma los diez lempiras. Él también recordaba en forma jocosa los diez lempiras y le decía “te compre zapatos y valen diez lempiras”, cuando le compraba telas para que la modista María de Hernández le hiciera bonitos vestidos también le decía “valen diez lempiras”; así la frase fue haciéndose un dicho permanente y para gastarle bromas.
Así don Carlos la envió a estudiar magisterio a al escuela normal “John F. Kennedy” en San Francisco, Atlántida, con los diez lempiras. Todo gasto que se hacía en ella era con los diez lempiras. Eran los diez lempiras que no se gastaban.
Don Carlos a los 92 años de edad y teniendo su hija 47 años le dió en herencia un solar ubicado en el pueblo por los mismos diez lempiras. Ahora su padre ha muerto y ella radica en USA con su esposo y sus dos hijas Karina y Kathleen Spies Madrid, con una invalidez provocada por una operación quirúrgica que ya no costó diez lempiras.


La yegua que no montó
Por Concepción del Norte, Santa Bárbara cruzaban personas de origen salvadoreño que se dedicaban al comercio de la bestia mular, animales muy utilizados en el lugar, ya que con ellos realizaban el comercio entre los pueblos, permitían sacar el producto agrícola de las zonas de cultivo, y era el medio de transporte a todos los lugares, pues no habían vehículos ni mucho menos carreteras.
En una ocasión llegaron los salvadoreños con sus bestias y se instalaron en un bonito solar de don Venancio Madrid; don Carlos hermano de don Venancio tenía la intención de comprar un animal de estos pero todavía no los había visto. Don Carlos tenía una hija que se llamaba Alicia Isabel una niña de pocos años de edad y había observado que ella tenía la manía de comerse las uñas de las manos. Él era un padre prudente y cuidadoso para llamar la atención a sus hijos, por lo que trataba de encontrar la forma de corregirla, no habiéndole hecho aún ninguna observación. Don Carlos un día por la mañana dispuso ir a ver los animales que vendían, tomo la niña de la mano y en el trayecto le dijo a su pequeña hija: “quiero comprarte el animal que te guste pero si me prometes no continuar comiéndote las uñas”, la niña inclinó la cabeza hacia el frente y se sintió avergonzada porque según ella, nadie la veía comerse las uñas.
Hicieron trato, ella prometió no volvérselas a comer. Llegaron al lugar y lo recorrieron viendo todos los animales. Entonces, la niña fue atraída por una pequeña y bonita yegua colorada con un hermoso rabo, cuando su padre le pregunta ¿Cuál te gusto? La niña señala la yegua. No era el animal en el cual don Carlos había pensado pero como era un trato tuvo que respetar la  selección de ella. La yegua fue comprada y llevada al hogar, la niña muy feliz le contaba a sus hermanos que su papa le había regalado una yegua, pero nunca contó el trato que había hecho, pero si lo cumplió a cabalidad.
El animal crecía y era utilizada en las tareas del hogar principalmente por su hermano Jaime para jalar leña para venderla a sus tías Ruperta y Alejandrina Madrid, quienes se dedicaban a la repostería. Alicia deseaba montar la yegua cuando salía a otros lugares, principalmente a San Pedro Sula pero don Carlos no confiaba en el animal porque era muy inquieta y arisca, recomendándole siempre mejor la mula por tener un paso más firme y cuidadoso.
La niña crecía y la yegua se confundía con los demás animales, ella salió de Concepción del Norte para continuar sus estudios, el animal solo quedo en sus recuerdos y cuando sus hermanos la mencionaban ella decía “la yegua que nunca monté”.


El muerto que salvo a unos hambrientos.
En los albores de la década de los años cincuenta, Concepción del Norte estaba siendo comunicado por carretera de terracería con el municipio de Villanueva, Cortés.
Anteriormente la comunicación se hacía por medio de la bestia mular, después de haberse abierto una brecha para sacar madera de pino de la zona “Cerros de Agua Dulce” cercanos al municipio, inició la circulación de algunos automotores entre ellos el automóvil del señor Pascual Gómez.
Por esos años en Concepción del Norte habían jóvenes estudiando distintas profesiones en San Pedro Sula, Tegucigalpa, Catacamas, Comayagua, etc. Un día coincidieron en la ciudad de Villanueva, Cortés porque iban a su pueblo a pasar vacaciones los jóvenes: Antonio Misael Bueso (luego Agrónomo, Periodista y Poeta), Juan Adalberto Paz M. (luego Médico), su hermano Eligio Paz M. (luego Maestro), y los hermanos, José Wilfredo Madrid P. (luego Abogado), Genaro Mauro (luego Maestro) y Darlan H. (luego Ingeniero Agrónomo).
Ya en grupo dispusieron  todos pagar el alquiler de un automóvil para que los condujera a su lugar de destino, a una distancia aproximada de 32 Km. Aquel no fue un día cualquiera fue un día especial para cada uno de ellos.
La tarde ya se aproximaba, el sol parecía estar más tenue y se escondía tras las montañas en el valle; el viento soplaba refrescando el ambiente y la soledad los envolvía en el silencio de la tarde. Se encontraban muy contentos porque llegarían a sus hogares, contaban chistes, hacían bromas y anécdotas agradables cuando de repente el automóvil se detuvo, había sufrido un desperfecto mecánico estando justo en el lugar denominado “Monte Alegre” después de haber avanzado sólo unos 8 Km.
Sus ánimos cambiaron, hubo preocupación ya que la noche comenzaba y lo obscuro del lugar los presionaba, el viento soplaba con leves y apacibles sonidos. No sabían qué hacer, al final Antonio Misael los convence para seguir el camino a pie dejando en el lugar del incidente al automóvil y su dueño.
Los hermanos Juan y Eligio cargaban un galón de gas para la refrigeradora de su casa, única en el pueblo, con la que hacían cubitos de leche y azúcar los que vendían a dos centavos cada uno. Caminaban uno tras el otro por la escarpada carretera acompañados con la luz de la luna y una tenue lluvia agradable; después de caminar unos 4 Km. se sentían cansados con un apetito atroz y mucha sed. Darlan el menor no resistía más y ansiaba llegar a la aldea de Agua Colorada o San Isidro, para buscar allí algo de comer.
Aproximándose a la aldea, vieron a lo lejos una casa que tenía en el patio una fogata. Antonio Misael que era el mayor de todos y muy acucioso, les servía de guía, de repente exclamó: ¡Hey allá está la luz, vamos!. Se fueron aproximando y ya muy cerca observaron personas que cantaban alabanzas religiosas, las damas con la cabeza cubierta con un manto, los caballeros con el sombrero en la mano en actitud de duelo y los niños sentados tranquilamente; era el fin de novenario de un caballero que había fallecido. Antes de entrar a la casa Antonio Misael reúne a los miembros del grupo y les dice “es un velorio hagámonos pasar por amigos del muerto, si hay que derramar lagrimas pues hay que hacerlo, si rezar un padre nuestro pues también, hay que estar bien consternados y así podremos comer nacatamales”.
Esta idea resultó de la aceptación de todos los demás. Se acercaron al grupo de personas y al verlos llegar fueron muy bien atendidos por los parientes del difunto, ya que los respectivos padres de éstos jóvenes eran conocidos por la gente del lugar. Darlan,  el menor del grupo, ya no podía más con el cansancio y fue acomodado en unos mantiados que tenían residuo de gransa de frijoles para que durmiera y pudiera descansar. 
Genaro el otro hermano de los jóvenes del grupo, después de descansar y alimentarse recobró energías y dispuso seguir su camino solo hacia Concepción del Norte. Salió muy entrada la noche, pasó sabanetas, espesos bosques y riachuelos obscuros. Observaba sí habían huellas de animales, escuchaba extraños ruidos y se imaginaba que eran de malos espíritus, como el cadejo y la sucia. Empezó a sentir miedo no por encontrar humanos vivos, esos daban confianza y no hacían daño, sino al difunto que le estaban rezando por no haberse quedado en el velorio. Después de recorrer unos 10 Km. se sentía cansado pero logró llegar a la casa de don Gumercindo Paz (don Chindo), una persona muy generosa y estimada por los que lo conocían, pariente de doña Isabel la madre de Genaro. Tocó entonces la puerta, se identifico inmediatamente y don Chindo le hace pasar y le recrimina que anduviese sólo y de noche por esos lugares, pero le brinda atenciones y le instala en una hamaca. Ya acostado Genaro se fue liberando de los miedos del camino. Cuando el alba anunciaba el nuevo día, don Chindo le preparó un caballo y una mula para el chane o mozo que lo acompañaría hasta el pueblo.
Los jóvenes del grupo que pasaron la noche en “Agua Colorada” se animaron cuando escucharon el canto de los pájaros que anunciaban el nuevo día, pues a pesar que se alimentaron con nacatamales, sopa de gallina, jugaron naipe y tomaron chicha se sentían cansados por el desvelo y deseaban llegar a Concepción del Norte.
El sol daba sus reflejos y el cielo se aclaraba, eran las cinco de la mañana. La familia doliente les proporcionó desayuno y se prepararon para seguir su camino. Los dolientes les agradecieron el noble gesto que tuvieron al acompañarles el último día del rezo de la novena de su pariente.
Por el camino iban comentando donde estaría Genaro, si en su casa o en el camino. Juan y Eligio seguían cargando en sus hombros el galón de gas y sus amigos les ayudaban por momentos. Lo fresco de la mañana les ayudaba para no fatigarse y se deleitaban observando las flores del campo y el trinar de los pájaros, tomaban agua de los riachuelos mientras los que cargaban el gas descansaban, según cuenta Wilfredo.
Entre tertulia y tertulia pasan frente a la casa de don Chindo, se saludan muy contentos y les dice: aquí descansó Genarito ya lo mande a dejar, cuando el grupo de muchachos llegan a Concepción del Norte Genaro ya está en su casa y les cuenta que don Chido lo había mandado a dejar en un hermoso corsel.


Como un milagro.
El camino por recorrer era de muchos kilómetros, les esperaba un largo viaje. Eran las nueve de la mañana de un mes de agosto de 1992 cuando iniciaron el viaje. Después de cruzar las congestionadas calles de Tegucigalpa buscando la carretera del norte, llegaron a la última gasolinera que está ubicada a la salida de Comayagüela y se abastecieron de combustible. La cucarachita VW estaba lista para recorrer la angosta y peligrosa carretera CA-5.
El destino era la ciudad de Santa Bárbara donde Wilfredo iba a cumplir su trabajo como magistrado de la corte de apelaciones y su hermana Alicia llegaría hasta Concepción del Norte a visitar parientes pues eran originarios de ese lugar. En el trayecto iban muy contentos disfrutaban de las delicias que ofrecía el día, observaban los cultivos de Comayagüa, las bellas montañas que elevan el espíritu hasta confundirse con el cielo, las artesanías que están a la venta a uno y otro lado de la carretera, todo esto les hacia recordar el trabajo de sus ancestros.
Alicia leía artículos de interés en un periódico que compró a la salida de la colonia El Hogar lugar donde ellos residían, los comentaban ambos, así se entretenían mientras recordaban también su feliz niñez, de lo que hacían y dejaban de hacer mientras crecían. Transcurría el tiempo pasando por los parajes de Siguatepeque, dónde disfrutaron de una merienda y un delicioso café. Prosiguen su camino deslizándose por las pendientes forzadas para encontrarse con el pueblo de Taulabé, que tantas veces cruzaron de jóvenes cuando estudiaban en Tegucigalpa. Observando sus caleras de antaño y sus hornos quemando la piedra, les recordó una de las actividades que su padre, Carlos Madrid desarrollaba en el pueblo de Concepción del Norte.
Al aproximarse al Lago de Yojoa abandonan la carretera del norte y toman el desvío que conduce a Santa Bárbara en el lugar llamado “Pito Solo”, puerto lacustre que en el siglo pasado era muy conocido y transitado por su padre y abuelos.
A los pocos minutos de haber abandonado el área del lago y sobre la carretera hacia occidente, en esos tiempos poco transitada y muy solitaria, Wilfredo orilla el carro a un lado de la carretera y le dice a su hermana que se baje, el hace lo mismo para revisarlo ya que un intenso olor le alerta que pasa algo malo. Observa fuego pero lamentablemente no llevan extinguidor y ninguna otra cosa que los pueda auxiliar.
Alicia y Wilfredo corren hacia un paredón para desprender tierra con las manos y las depositaba en las hojas de periódico para llevarlas al carro y apagar las llamas. Un carro repartidor de manteca “La Blanquita” que cruzaba en ese momento les auxilia, el motorista sin perder tiempo desconectó la batería y ayudó a extinguir el fuego. El automóvil no podía seguir su marcha y en vista de esto el motorista del carro repartidor se pone a las órdenes para llevar a uno de ellos a la ciudad de Santa Bárbara, ya que estaba en su ruta de distribución, para que busquen ayuda.
Alicia tenía reservas sobre acompañar al repartidor hasta Santa Bárbara, pero entendía que Wilfredo debía quedarse con el auto en el camino y ser ella la que viajara a buscar ayuda. Wilfredo entonces le dice que no tema que en el camino todos somos amigos, y en las partes libres del periódico escribe una nota para el taller mecánico donde a ella le proporcionaran la ayuda requerida.
Alicia acepta el reto y se dirige donde estaba estacionado el carro repartidor, para su sorpresa y alivio vió sentada junto al motorista a una señora con un niño en brazos. Por el camino se entablo una amena conversación y se enteró que el motorista conocía el pueblo de Concepción del Norte y que cuando él había sido futbolista en un equipo de Villanueva, Cortés, tenían encuentros deportivos con el equipo “Fraternidad” organizado por don Carlos Madrid, que él había visitado su casa en varias ocasiones y que había conocido a Wilfredo y Alicia de niños, y que en ese momento en la carretera los había reconocido. Qué impresión tan agradable para Alicia poder disfrutar en ese momento un grato recuerdo a través de una situación de emergencia.
El motorista deja a Alicia en la orilla de la ciudad donde se encuentran los talleres mecánicos, ella se auxilia de un adolescente que pasaba por la calle para que visiten los talleres. Los recorrieron todos, en uno le proporcionaron todos los materiales que podía necesitar no así el mecánico, nadie estaba dispuesto a viajar para revisar el carro descompuesto.
En uno de los talleres había un señor humilde sentado en una piedra que le pregunta a Alicia qué desea, ella le dice que busca un mecánico para que revise un carro quedado en la carretera, entonces el señor grita el nombre de un amigo y en ese momento aparece un señor desmejorado por una resaca alcohólica. Alicia desconfía pero le explica el problema y el acepta realizar el trabajo. Buscan la estación de autobús que salía de Santa Bárbara para Tegucigalpa a las 2 de la tarde y que pasaría por el lugar donde estaba Wilfredo con el carro VW.
Mientras esperan por la hora en que debían tomarlo, Alicia dispone comer algo y deja al mecánico con los materiales y se dirige a una pulpería. Cuando estaba de espaldas pagando el producto escuchó la bocina de un carro pero no le prestó atención; de repente sintió una mano en su hombro, era su hermano menor Darlan, se funden en un emotivo abrazo y una alegría indescriptible invade a Alicia hasta hacerle humedecer los ojos; nunca se imaginó encontrarse con Darlan ya que él vivía en Santa Rosa de Copan y no sabía del viaje de ellos.
Ambos se sorprendieron de encontrarse en Santa Bárbara. Alicia le explicó a Darlan el problema e inmediatamente salieron para ir a auxiliar a Wilfredo. En el momento que depositaban los materiales en el automóvil de Darlan, junto al mecánico había también otro señor con resaca y éste era mecánico electricista. Al parecer la mano de obra que necesitaban estaba completa. Disponen comprar refrescos y comida para los engomados, los acomodan en la paila y salen con rumbo al Lago de Yojoa.
Ya el día empezaba a declinar y se estaba formando una tormenta huracanada, el cielo estaba muy gris y se sentía una extraña calma en el ambiente. Al llegar junto a Wilfredo, ya los mecánicos parecían estar mejor de salud y empezaron a trabajar. Wilfredo estaba atónito y no salía de la sorpresa de los inesperados encuentros que venían a facilitar las cosas. Mientras Alicia oraba para que aquella tormenta no los afectara.
Los tres hermanos Alicia, Wilfredo y Darlan comentaban que era un milagro el haberse encontrado en estos precisos momentos. Darlan les explicaba que él se dirigía al municipio de San Nicolás pero que una inquietud extraña lo hizo llegar a Santa Bárbara y pasar por una calle aislada y sola precisamente donde estaba Alicia.
Los mecánicos hicieron un excelente trabajo y retomaron la carretera para Santa Bárbara. Darlan se acompañó con los mecánicos y Wilfredo con Alicia en el VW, mientras ella le explicaba a él todas las peripecias en el camino y se maravillaban del encuentro con Darlan.
Era ya de noche cuando llegan a Santa Bárbara. Wilfredo se queda allí y Alicia con Darlan disponen continuar hasta Concepción del Norte, Darlan pasará allí la noche para salir al día siguiente para la ciudad de San Nicolás. Cuando llegan a Concepción del Norte bien entrada la noche, ya había pasado la tormenta huracanada y los viajeros no recibieron ni una gota por el camino. Cuando tocan a la puerta de la casa de su hermano Jaime, éste se sorprende de verlos a esas horas de la noche y más se sorprende al saber que la terrible tormenta “mata pollos” que ha pasado por el pueblo no la sufrieron los viajeros. Realmente todos sentían que “todo lo que sucedió había sido un milagro”.


La mula y la carga de café
Reinaldo y Ottoman dos hermanos aficionados a la cacería de animales, tenían perros adiestrados para la caza, armas y otros implementos propicios para salir por las noches a lugares cercanos al pueblo donde abundaban los venados, conejos, etc.
Un vecino y amigo de Ottoman llamado Adán Bueso lo invitó para que fueran por la noche a ver un cultivo de maíz que él tenía, al que llegaban animales en busca de comida. Ottoman aceptó la invitación de Adán y se lo comunicó a su esposa María quién estaba para dar a luz a su segundo hijo Héctor Ramón. Preparó su rifle 22, la linterna de mano, ropa especial de campo y salió con su amigo Adán para la milpa.
Una vez en el lugar Ottoman con su amigo iniciaron la búsqueda de animales  con ayuda de su linterna,  pasado algún tiempo enfocó los ojos brillantes y rojos de un animal que se encontraba a cierta distancia de ellos, sin perder tiempo y pensando que era un venado, alisto su arma y disparó acertando. Se encaminaron muy contentos a donde estaba el animal y cuál sería su gran sorpresa al ver en el suelo y mal herida a la mula de su tío José León Madrid H.
Cuando se dan cuenta de lo que ha pasado Ottoman invita a Adán para ir donde el dueño de la mula a contarle lo sucedido; como era de noche Adán se negó a acompañarlo por lo que tuvo que enfrentar solo el problema ante su tío.
Temeroso y preocupado toca la puerta de la vivienda de su tío León, quien ya estaba descansando. Escucha atentamente a su sobrino Ottoman cuando con voz temblorosa le cuenta lo que había pasado. Su tío tranquilamente le dice “vete a dormir y no te preocupes, mañana arreglamos”.
En tan penosa situación Ottoman no durmió el resto de la noche, y por consideración a su esposa que estaba en cinta no quiso comentarle lo que había sucedido.
Al siguiente día, trasnochado y con el ánimo apagado porque ya se imaginaba la respuesta de su tío, dispone visitar a su padre Carlos para manifestarle el problema que tenia y recibir consejo. Su padre después de escucharle le dijo que tenía que pagar la mula. Más desconsolado porque no recibió apoyo económico de su padre, se fue para donde su tío para ver en que quedaban.
Don José León lo recibe muy contento y le pide que le cuente con pormenores lo sucedido en la milpa. Su tío le dice que la mula la compró  por ochenta lempiras y que le había pagado cinco lempiras al señor Roldan para que se la amansara. Además le dice que se la pague como pueda. Ottoman agradece la paciencia de su tío y convienen en que pronto se la pagará. Él muy angustiado porque estaba limitado económicamente y además esperaba el parto de su esposa, sentía que se encontraba en una encrucijada ya que solo contaba con una carga de café que con su esposa María habían acordado conservar para los gastos de su nuevo vástago.
El niño nace sin complicaciones y todos sus parientes y amigos estaban contentos con el nuevo miembro de la familia. Para Ottoman fue un respiro que todo se desarrollara sin contratiempos porque ahora podría disponer de las 200 libras de café que estaban valoradas en setenta lempiras para honrar la deuda adquirida por la muerte de la mula.
El siguiente paso era vender la carga de café así que decidió pedirle ayuda a don Pedro Medina, persona encargada por el estado para vender el aguardiente a las casas comerciales (cantinas) que se dedicaban a este rubro. Don Pedro al verlo muy angustiado se ofrece a comprarle el café, pero le pide que se lo lleve por la noche. Le pagará setenta lempiras, que era el precio de la carga de café en los años de 1950, Ottoman se sintió muy contento y agradecido se despide de don Pedro, quedando comprometido a enviar el café.
El señor Medina tenía un proveedor que llegaba cada 8 días proveniente del pueblo de Trinidad, este señor podría comprarle el café porque era comerciante. Don Pedro hace esperar a Ottoman varios días hasta que el proveedor llegase a Concepción del Norte, ya que en el pueblo era muy difícil encontrarle venta al café.
Ahora se encuentra con un nuevo dilema, cómo sacar el café de la casa sin que su esposa se entere ya que no sabía nada del problema y había decidido no contárselo para no preocuparla ya que se estaba recuperando de su parto y en esos tiempos se evitaba producir malestares a una parturienta. Cuando Ottoman iba camino a su vivienda se encuentra con su amigo Luis Alfaro un viejo trabajador de su papa, le pide a él que le traslade una carga de café a la casa de don Pedro Medina.
Pasan los días y Ottoman todavía no le dice a su señora nada de la venta del café. Cuando María no ve el café que tanto guardaban empieza a juzgar que se lo habían sustraído personas extrañas, le cuenta a su suegra y a los amigos que lo visitan, que el café se les había perdido.
Los rumores llegaban a oídos de don Luis y este muy preocupado porque varias personas lo habían visto cargar el café y podían creer que él lo había sustraído, se lo comenta a Ottoman. Para evitar malos entendidos deciden los dos participarle a María el problema. Llega el día de la visita y tras una amena conversación en torno al recién nacido, van introduciendo la historia sobre la muerte de la mula de don José León. María por comentarios de sus conocidos ya sabía que tal mula había muerto pero no se decía quien la había matado. Después de esta confesión. Todo lo que atormentó a Ottoman terminó en una feliz comprensión.
Esta anécdota ha sido contada 60 años más tarde para ser escrita ya que es contada por su protagonista a sus 80 años de edad.


El disparo de media noche
Levantarse a las tres o cuatro de la mañana, tener que dejar la confortable cama tejida de cabuya y un petate encima, con la sabana calientita cuando la noche aún no ha terminado; cuando en un lugar lejano se escucha el canto de los gallos, donde el dulce arrullo de una paloma o el jilguero interrumpen el silencio anunciando de esta manera que un nuevo día se aproxima; con la emoción introvertida de un viaje preparado con antelación sin importar el pesado trayecto de los 32 Km. En un camino con enormes lodazales y áreas escabrosas montando una firme cabalgadura, todo esto mitigado por la suave brisa de un bello amanecer, con la luna atenuándose tras las hermosas montañas o ver los primeros reflejos del sol naciente que borda con hilos de plata el contorno de las nubes que van y vienen, esos eran momentos muy emocionantes. Había que madrugar para no recibir los ardientes rayos del sol que enrojecían la cara y para poder llegar a tiempo a la estación del tren que pasaría por la ciudad de Villanueva, Cortés.
Así viajaron en el mes de abril de 1949 los jóvenes Reinaldo Alfonso de 23 años de edad y su hermano Genaro Mauro Madrid Paz de 11 años de edad, desde el pueblo Concepción del Norte hacia la ciudad de San Pedro Sula, pasando antes por la ciudad de Villanueva para vender varias cargas de café despajado, casí siempre a don Camilo Bendeck y a don Elias Dieck.
Al emprender el camino polvoriento y de herradura, al acercarse a la aldea de El Cerrón, justo a su entrada al lado izquierdo de el camino vieron la casita blanca de bajareque, con un frondoso y florecido arbusto de flor de napoleón, y el humo gris que asomaba por encima del tejado que despedía la hornilla que ya atizaba la comadre Mercedes Paz, y el perro de don Pedro Madrid, que ladraba al percibir a los comerciantes, que muy contentos recibieron la fragancia de las flores y la brisa del campo, tarariaban la canción “la cucaracha”, muy pegajosa y popular en esos tiempos. Después de compartir con sus parientes continuaron su viaje.
Aligerando el paso a los animales con vara y espuelas se aproximaron al lugar llamado “Cola Blanca” donde está construida una casona de madera con un bonito árbol de tamarindo por el lado de la cocina; allí escuchan las graciosas y amenas carcajadas del ilustre pariente don Gumercindo Paz (Don Chindo), quien disfrutaba de una taza de café caliente con pan hecho en casa por su esposa Gabriela Paz, respiraban el olor a dulce de panela, a molienda pues ya se hacían los preparativos para empezar la faena del día.
Siguen su trayecto y pasan por la Aldea de “Agua Colorada o San Isidro” frente a la casa de don Pablo Madrid que en ese momento abría las puertas de su negocio y recibía la leche que le llevaban del corral; se saludan muy contentos con el buenos días y prosiguen su camino. El sol ya hacía sentir sus fulminantes rayos pero haciendo agradable el camino la fragancia con olor a resina que despedía la gran cantidad de pinos, muy abundantes debido a la altura del lugar. Se acercaban a la Aldea El Venado o Nueva Esperanza.
En un sector del camino próximo a la ciudad de Villanueva, conocido con el nombre de El Aguacate, decidieron descansar, amarraron sus bestias mulares y almorzaron con ricas pupusas preparadas con carne de gallina criolla, frijoles fritos, queso, huevo duro, todo acompañado con agua almacenada en un calabazo, que les había preparado aquella madrugada su hermana Alicia Isabel con la prima Blanca Estela Torres.
Mientras devoraban las burras Reinaldo le describía a Genaro cómo era la ciudad de San Pedro Sula, se la describía grande, bonita, con casas de madera, techos de zinc montadas con polines, con hoteles y cuarterías, que miraría carretas tiradas por caballos vendiendo verduras, leche, leña, etc., pero no le dijo que verían también calles pavimentadas que con el paso de los pocos carros que habían se iban a levantar enormes nubes de polvo que unidas al calor lo desesperarían y que tendría que ir a la pulpería de don Fidel Cacheo en el Barrio El Benque a comprar cubitos de hielo para calmar la sed.
Saciado el apetito y con las energías ya recuperadas tomaron su cabalgadura y prosiguieron el camino ya cercano a Villanueva. Al escuchar el jadeo de las bestias y el rebotar de los cascos, sale a la entrada de su casa don Francisco Mejía (Chico Gato), listo para desaparejarle las bestias. En un rincón de la casa, construida de madera con techo de zinc, acondicionó las jáquimas junto a los aparejos, albardas, monturas, frenos, espuelas y el resto de equipo que utilizaron con las bestias, las cuales fueron a empotrerar a los zacatales de la familia Caballero por una paga de cincuenta centavos que cubría su cuidado general para que estuvieran listas para cuando ellos regresaran de la “Ciudad del adelantado”.
Cuando ya han entregado las cargas de café en la bodega de don Camilo y las bestias estaban seguras se dirigieron caminando a la estación del ferrocarril, a unos 2 Km. Pasando por el centro de la ciudad de Villanueva esperaron el tren que vendría de la comunidad de Potrerillos con dirección a San Pedro Sula.
El viaje en el tren fue todo un espectáculo y ellos vieron un mundo lleno de colores. El tiempo transcurría entre las bananeras, árboles, casas en el lejano horizonte y la lenta sucesión de nubes y montañas de la cordillera del Merendon.
La noche recién comenzaba y podían observar la tenue luz eléctrica de algunos poblados por donde pasaban. El movimiento campanero y sonidos del tren inspiraban a Genaro, quien en voz baja tarareaba la canción que había aprendido en la escuela con el ilustre maestro Manuel Hernández que dice:
Chiqui, chiqui, chiqui chaca
Que ligero corre el tren
Y tan suave como hamaca
Que la brisa va a mecer
Lleva peso, tanto peso
Mucha carga y gente más
Pero el tren es el progreso
Corre, corre sin cesar.
El tren se convertía en un símbolo de la costa norte, éste tipo de transporte funcionaba las 24 horas del día. Los domingos se escuchaba su entrada o salida por los distintos campos bananeros logrando así que los habitantes pudieran desplazarse y vender los productos y animales que producían.
Entrada la noche llegan a la tan esperada ciudad de San Pedro Sula. Se hospedan en el hotel “París” en aquel tiempo el mejor hotel del lugar. Después de acomodar sus cosas en el hotel, salen muy contentos a visitar a su mamá María Isabel y a su hermana Alida, de 5 años de edad, las que se encontraban desde días atrás en San Pedro Sula debido a quebrantos en la salud de doña Isabel. Ellas estaban hospedadas en la casa de su prima Elvia Torres de López, ubicada en el Barrio El Benque. Llevaban colaciones (dulces artesanales) para Alida las que habían comprado en el pueblo en casa de don Julián Maldonado (alias Pichinguero)  y para la prima Elvia un delicioso queso seco.
Al siguiente día se desplazaron Reinaldo y Genaro para el centro de la ciudad visitando los negocios de Kattan, Canahuati, Moda de Paris, El Nilo, etc., Reinaldo hacia compras para su próxima boda que sería en mayo del mismo año. Genaro se compra una camisa blanca en la fabrica “Presidente Paz” del señor Kattán y tela caqui para un pantalón que le confeccionaría el sastre del pueblo, Raúl Hernández, también se compro un par de zapatos de cuero hechos por el señor Rodolfo López. Por la noche se reunieron todos los parientes que estaban en la casa y ellos muy entusiasmados mostraban las compras del día.
 Don Rodolfo esposo de la prima Elvia era muy ocurrente y animoso en sus conversaciones lo que provocaba entretenidas tertulias. Con las novedosas compras estaba un rifle de reciente fabricación calibre 22, que tenía una mira telescópica que permitía enfocar mejor al animal. Genaro inquieto y curioso deseaba aprender a manejarlo y fue cuando ya estaban de regreso en su casa de Concepción del Norte, que su hermano Reinaldo le enseño matando aves por el camino de herradura.
Don Carlos su papa estaba en casa de regreso de su gira por Centro América de parte de la asociación cafetalera de Honduras. El día ya declinaba y en los hogares se encendían los candiles, las fogatas y las lámparas empezaban a dar sus reflejos. Las gallinas se acomodaban suavemente en las ramas de los árboles para dormir, las señoras sentadas en las puertas de sus casas en las sillas de descanso esperando la noche, los niños jugaban en los patios, las cocinas con sus fogones apagados; había entrado la hora de descanso Este ambiente es el que recibe a Reinaldo y Genaro que ya regresaban a su casa  del largo e interesante viaje realizado.                        
De los once miembros de su familia, ocho estaban reunidos para conocer de las experiencias de los viajeros. Don Carlos les mostraba el pergamino que le habían otorgado y el bonito botón que se ponían en el saco para ser identificados en las sesiones o reuniones del congreso cafetalero y contaba la belleza de las fincas de café de la república de El Salvador y Costa Rica. Genaro describía la comida en el hotel decía que era suculenta y que habían desayunado corn flakes con leche; además que en la calle compraban golosinas. Mientras tanto Reinaldo repartía galletas y confites que había mandado doña Isabel. La noche avanzaba, los gatos recorrían los tejados el gato barcino de la familia maullaba, brisca la perra negra ladraba incansablemente contenta por la llegada de sus amos, el colorido gallo desde el “cutuco” despedía la noche, la que entraba en un silencio apacible.
La familia estaba reunida en el cómodo local donde tenían el almacén de abarrotería. La casa era grande, de madera con piso de tabla, ocho habitaciones, dos pasillos y un extenso corredor trasero que facilitaba la circulación por toda la casa. La parte posterior de la casa estaba sostenida por polines (horcones) formando en la parte baja bodegas donde guardaban los productos agrícolas, cal, piedra, ladrillos, teja, madera, etc.
Don Carlos estaba reunido con sus seis hijos varones conociendo el rifle que Reinaldo había comprado, les atrajo la novedad de la mira telescópica que el rifle poseía pues todos ellos eran aficionados a la caza. A Darlan el hijo menor de ocho años le entusiasmó la idea manejar el rifle cuando Genaro le aseguró que le enseñaría a hacerlo porque él lo había aprendido en el camino de regreso. Es por esta razón que se alejaron del grupo llevándose el rifle y nadie se percató de ello. Su papá al no verlos pensó que se habían ido a acostar pero en realidad los dos niños habían cambiado de idea, querían disparar el arma. Genaro tomó el rifle y colocó la punta del cañón en un agujero que tenía el piso de su dormitorio sin pensar que Herculiano un humilde vagabundo dormía en una de las bodegas de la parte baja de la casona.
De repente se escucha una fuerte detonación encerrada, la familia quedo atónita y al instante acudieron a la habitación que quedaba en el interior de la casa, donde se encontraban los niños. Los encontraron de pie, sosteniendo el arma muy contentos por lo que habían hecho. Por la riesgosa hazaña, don Carlos dominado por el susto se quitó la faja del pantalón y le aplicó a Genaro un fuerte fajazo y los mando a dormir. Afortunadamente don Herculiano apareció sano y salvo preguntando qué había pasado. Así terminó la reunión y todos buscaron sus habitaciones para dormir.
Aquella noche siempre la narraba la familia como una gran anécdota. Genaro se ufanaba de haber sido el único hijo a quien su padre le receto un fajazo aunque bien justificado por haberlo hecho sin permiso. Algunos de los actores de esta experiencia, para el 2010 ya gozan de la paz del Señor, a excepción de Darlan, Alicia y Alida quienes la siguen narrando. 


Las princesas de sombrero
Con una luna espléndida que asomaba por las montañas en una estación de verano salieron de Concepción del Norte tres hermosas niñas que fueron invitadas por su tío y padre don Ramón Paz a dar un paseo a la ciudad de San Pedro Sula como premio por haber aprobado con excelentes notas el año escolar.
Les toca viajar a lomo de bestia por un camino de herradura, un viaje largo y un tanto severo. Salieron a las cuatro de la mañana para aprovechar lo fresco de la mañana. Iban atentas al camino y observando cuánto salía a su paso con ardientes deseos por llegar a la gran ciudad, allá por el año 1939.
Don Ramón Paz Fajardo caballero entusiasta con muchos valores morales, progresista y con solvencia económica le prometió a su hija mayor Evelia Amparo que si aprobaba el grado escolar la llevaría a la ciudad de San Pedro Sula.
La invitación fue extendida a sus sobrinas Fredesvinda Madrid Paz y Buena Ventura Hernández Paz. Después de abandonar la bestia mular en la ciudad de Villanueva, Cortes, abordaron el tren que las llevaría a la ciudad de San Pedro Sula donde se instalaron en el hotel y luego se prepararon para salir a recorrer los negocios. Su paseo consistió en ver las vitrinas que exponían los productos de actualidad. Don Ramón estaba pendiente de los comentarios que las niñas hacían sobre lo que observaban para tener una idea de lo que les compraría, es así que les compró un vaporoso vestido a cada una, un par de zapatos de moda  y un hermoso sombrero ovalado, adornado con bellas flores y cinta de colores que colgaban por la parte de atrás del mismo.
El de Evelia Amparo era de color rojo, el de Buena Ventura de color amarillo y el de Fredesvinda era blanco. Con estos tres regalos las niñas se sentían felices y agradecidas con don Ramón Paz.
Regresan a su lugar de origen y las niñas se ponen de acuerdo para lucir muy ufanas su vestimenta. Salían a visitar a sus parientes, a la abuela Avelina, a su tía Benita y a tía Isabel (Chavelita), a doña Mercedes (Mencha) lo que más deseaban era lucir sus bellos sombreros pues era algo especial.
En cada salida lucían los mejores trajes siempre acompañados del sombrero. Cuando las niñas recorrían las calles del pueblo las personas de la comunidad las admiraban, ellas lo percibían y su vanidad se aumentaba; algunas damas las admiraban por las puertas entreabiertas y decían van “las princesas de sombrero”. Las otras niñas de su misma edad se refugiaban en el tronco de los arboles de los patios de las casas para verlas de reojo. Estas niñas eran hijas de connotadas personas de la comunidad, de una su padre era maestro, la otra era hija de un perito mercantil y la tercera de un próspero comerciante y político.
Este gesto amoroso de don Ramón Paz Fajardo fue un eslabón para que las niñas se identificaran como primas hermanas y creciera en ellas el respeto y cariño permanente que siempre se manifestaron. Fredesvinda y Buenaventura én el año 2010 partieron a la eternidad a sus 80 años de edad. Sobrevive Evelia (Bellita), quien haciendo remembranza muy contenta narra a sus 80 años de edad esta bella experiencia de su niñez. (Abril – 2011).


El primer par de zapatos
En Concepción del Norte, en el año de 1942, don Carlos Madrid y Doña Isabel Paz esposos que habían procreado ocho hijos, dispusieron viajar a la montaña de Cuchillalta a cosechar el café en una finca que poseían. Organizaron el viaje dejando a sus hijos Wilfredo, Jaime y Ottoman al cuidado de su tía Ruperta debido a que aún estaban en el período escolar en la escuela primaria del municipio, llamada “Miguel A. Bueso”.
Alicia, otra de sus hijas de 6 años, solicitó permiso a su mamá para ir a despedirse de su prima Melva Paz. Cuando llega a la casa de su prima, se la encontró midiéndose unos zapatos (en ese tiempo les decían chinelas), eran negras estilo galleta, calados y tenían una faja que se aseguraba con una hebilla al lado del tobillo, Alicia los encontró muy bonitos. Melva luchaba porque el pie le entrara en el zapato pero era imposible por pequeños. Aquellos zapatos eran parte de su preparación para entrar a la escuela, a su primer año.
Doña Mercedes, la madre de Melva, al observar que los zapatos eran pequeños para su niña, dispuso regalarlos a su sobrina política Alicia, quién estaba feliz y con el corazón que se le salía del pecho. Regresó a su casa y le mostró a su mamá el regalo que le había hecho su tía “Mencha”.
Doña Isabel después de observar las zapatillas le recomendó a su hija que las guardara para cuando a ella le tocara ir a la escuela. Los niños en ese tiempo se calzaban cuando iban a ingresar a la escuela, siendo esto un privilegio para pocos.
Alicia colocó cuidadosamente los zapatos en la maleta que llevaría a la finca sin que su mamá se diera cuenta, y no volvió a mencionar el tema de los zapatos. El viaje a la finca fue muy placentero, se sumaron otras familias para ir a recoger el grano de café, unos recogían el pergamino de la mata mientras otros recogían el grano caído; éste último Don Carlos solía regarlo a estas familias. Entre los que siempre recibían este beneficio se encontraba su buena amiga, doña Dolores de Ríos con su pequeña hija Fidelia. Alicia le comenta a su amiguita Fidelia que ya tiene zapatos, pero no los puede usar hasta que entre a la escuela, en los momentos en que se encontraban para jugar algunas veces, se escondían para darle un vistazo a las “Chinelas”.
Entre las familias amigas de los Madrid Paz, en la localidad de Cuchillalta, estaban la familia de Fabio Manzano y doña Leonor, doña Eusebia (Cheba) Manzano, Jesús Manzano y doña Francisca “Pancha”. Los niños Genaro y Alicia visitaban con frecuencia a Doña Cheba, quienes le llevaban algunos alimentos y ella les obsequiaba “Sopa de Jutes”, la que preparaba con yuca, guineo verde y hoja de juniapa. Estos niños escucharon por primera vez de boca de doña Cheba “aquí los niños crecen a la ley del zacate”, refiriéndose a su propio hijo Jesús. Ésta frase se volvió muy popular en la familia Madrid, principalmente con doña Isabel cuando tenía que corregir a los niños algo que a ella no le parecía les decía,  no crezca a la ley del zacate.
Don Carlos al conocer la enorme cantidad de conchas de jute que estaban almacenadas sin propósito alguno en el solar de doña Cheba, se las solicitó para quemarlas y producir cal. Improviso un horno en un desnivel que tenía el solar de su casa. Después de extraer la cal del horno, el espacio fue habilitado por Jaime, su hermano mayor, para que Alicia, Fidelia y Genaro jugaran en ella. Pasaba el tiempo y Alicia no olvidaba sus zapatos.
Los hijos mayores de don Carlos, Reinaldo y Ottoman observaban la habilidad para aprender que tenía otro hijo de doña Cheba, Eduardo, que les trabajaba en las faenas de la finca, por lo que dispusieron enseñarle a leer y escribir usando carbón de leña y una tabla. Eduardo Leiva (hijo natural del ilustre hondureño Leiva) muy contento y entusiasmado  porque se estaba encontrando con un nuevo mundo al saber leer, permanecía en la casa de don Carlos por más tiempo. Esta situación propició que luego se casara con la joven Diomedes Cruz, persona que ayudaba a doña Isabel en los quehaceres del hogar. Esta pareja se instaló en la montaña, cultivando café, y sus hijos fueron personas muy dinámicos y con habilidades políticas.
Don Eduardo a sus 97 años de edad (hoy en 2010) vive en la cabecera municipal y es el presidente de la sociedad de padres de familia y del grupo local de la tercera edad, muy lúcido y bien físicamente; con los hijos de don Carlos siempre se conservó la estrecha amistad del ayer.
Doña Isabel una señora muy dinámica y trabajadora se dedicó a la crianza de gallinas y logro tener una buena cantidad, permanecían libres en la propiedad y se alimentaban de maíz y dormían en arboles a la intemperie. Los pollos los entraba por las tardes a la casa por ser muy frágiles y perseguidos por animales del monte como el guasalo o coyopol, literas, comadrejas, etc. Esto motivó a don Carlos para elaborar una trampa para cazarlos, la construyeron con ayuda de Eduardo y su hermano Rufino; la construyeron de piedra y la colocaron en el centro de la casa. Toda la familia estaba expectante y aquella noche se acomodaron para dormir en los sacos de café en bola apilados sobre el piso, ya que le temían  a los animales que serían cazados.
La noche avanzaba y la casona estaba en completa oscuridad. Todo era silencio y de vez en cuando se escuchaba el canto de un gallo. Cercano a la medianoche los niños se durmieron. De repente se escucha que la trampa cumplió su objetivo, los muchachos se apresuraron a observar la trampa encontrando aplastada a una pequeña litera. Al día siguiente, Alicia y Genaro la colgaron en la rama de un árbol y a la novedad se agregó Fidelia, lanzando todos piedras por varias horas.
Alicia no dejaba de pensar en los zapatos y para ponérselos por un momento sin que la vieran, dispuso ir al riachuelo dónde se abastecían de agua. Éste estaba cerca de la casa y semi oculto entre dos hermosos peñones. Solicitó permiso a su mamá (doña Isabel) para ir a bañarse, llevó los zapatos ocultos en una toalla para que nadie se los viera. En el riachuelo colocó sus ropas en uno de los peñones junto a sus zapatillas y se introdujo al agua. De pronto aparece un enorme perro blanco y le lleva uno de los zapatos, ella corre tras él pero no logra alcanzarle; de modo que corre a contarle a su mamá que un perro blanco le había llevado un zapato.
Doña Isabel muy tranquila y sin hacer comentarios le ordenó a su hijo Ottoman que buscara al perro con el zapato. Ottoman muy alegre y con una sonrisa burlona regresa a la casa con el zapato colgando de la punta y le dice a su hermana “ya te hieden” broma que aun la usan ambos en distintas ocasiones (80 y 74 años de edad). La familia siempre recuerda este incidente y el tiempo feliz que pasaron en la finca, la niña pudo desde ése día usar los zapatos con libertad.
Darlan, el hermano menor de 2 años, vivía también estas ricas experiencias pero por su corta edad no las disfrutaba como sus hermanos. Es a esta edad y aprovechando que tiene que viajar al pueblo que decide dejar al niño en la finca para suspenderle la leche materna, mientras ella se encuentra en los funerales y novenario de la prima Dolores Rivera, quedando el niño al cuidado de su hermana Fredesvinda de 15 años y el resto de la familia.
Para Alicia y Genaro (6 y 4 años de edad) la estadía por unos meses en la finca, fue como abrirse a un nuevo mundo donde surgen el huacal, la albarda de alforja, el costal, el matate, el hacha, el machete, el cocal, saranda, tapesco, etc., que fueron las nuevas palabras llenas de experiencia a su corta edad. Sus ojos vivaces lograron captar la inmensa belleza que rodeaba aquel lugar. Las mañanas y tardes estaban envueltas con tenues nubes de frío rocío justo para cobijarse con perrajes guatemaltecos.
Disfrutaban de una vida sencilla con un menaje de casa rudimentarios dentro de aquella montaña húmeda. Sus recorridos por la finca significaban sentir sobre sus cabezas las gotas de agua que caían por la superficie de las hojas y bejucos colgantes desde los enormes árboles plantados por la naturaleza.
Conocieron nombres de árboles maderables, variedad de robles, frondosos pinos, la variedad de café arábigo hoy llamado café indio que era el que en ese tiempo se cultivaba, animales de toda especie, riachuelos por doquier, caminos escabrosos; el conocer otras gentes, otras costumbres, forma de vida, de trabajo, de alimentación fue para ellos deslumbrante.
Visitaban los hogares cercanos, casi todos ellos de personas amigas y parientes entre sí. Doña Cheba, la que más disfrutaban visitar, les pedía que le cantaran canciones, algunas eran improvisadas por Genaro, y entre las más populares y que toda la familia recuerda aún, están:
Pero hay Jesús
Que vas a hacer
Con el amor de Pancha
Que es tu mujer
Qué rica sopa de jutes
Que Pancha nos da
Que viva, que viva
Para que nos dé más.
Alicia que estaba que era mayor y asistía a las catequesis, les declamaba las oraciones que le enseñaba su abuela Abelina y las que aprendía también en la iglesia, entre estas:
“Dame oh Dios tu bendición
Antes de entregarme al sueño
Por todos los que yo amo
Vela tú mientras yo duermo
Por mi padre, por mi madre
Por mis hermanos y amigos
Te ruego que nos guardes largos años
Con salud, fuerza y contento
 Que te bendigamos todos
Por tanto que te debemos”.
También se cruzaban por una casa de bajareque desmejorada y con techo de zacate, piso de tierra desnivelado, donde habitaban dos señoras ancianas. Una de ellas estaba tan de edad que gateaba en aquel áspero piso y comía desperdicios que encontraba a su paso.
Algunas veces la anciana estaba colocada en una hamaca como una niña tierna, esas escenas las observaban por os agujeros que tenían las paredes de la casa. Le llamaban doña Santos y su hermana apenas más joven, Purificación (Purica). Estas señoras fueron muy estimadas por la familia Madrid Paz, quienes entraron en buenas relaciones debido a las visitas de los hijos de don Carlos.  Doña Isabel, su esposa, preparaba alimentos que acompañaba con leche de las vacas Golondrina y Chema que fueron llevadas a la finca.
La estadía en la montaña fue de noviembre a mayo, del año de 1943. El invierno de estos meses era muy copioso, convertían los caminos y solares en grandes lodazales prácticamente intransitables. Alicia que tanto cuidaba sus zapatillas solo se las ponía cuando estaba dentro de la casa y gustosamente prefirió obedecer a su mamá y guardarlas para ir a la  escuela en su primer día de clases. Toda la familia regresó de la finca para el pueblo en el mes de mayo, mes en que se iniciaban las clases en la escuela.





Árbol Genealógico de la familia Madrid Paz.
Según datos escritos heredados por los primeros ascendientes de la familia Madrid, por el año de 1749, nació en Madrid, España, el joven Francisco Robles de origen Leonés. En aquella época se acostumbraba a añadir el nombre del lugar de origen quedando registrado con el nombre de Francisco Robles de Madrid. Viajó al nuevo mundo e ingresó a Honduras en el año de 1772. Su primer hijo nacido en el año de 1769 en España quedó registrado en Honduras como Francisco Remigio Madrid. Francisco Remigio tuvo tres hijos: Luis, Dionisio y Norberto Madrid, este ultimo nacido en 1789.
Norberto contrajo matrimonio con Georgina Hernández y se establecieron en Concepción del Norte, Santa Bárbara quienes procrearon a:
                                                                              Fecha. Nacimto.           Defunción
1
Cayetana Madrid Hernández
1811
1898
2
Alejandra Madrid Hernández
1814
1881
3
Bernarna Madrid Hernández
1820

4
Eusebia Madrid Hernández
1824
1894
5
Josefa o Chepita Madrid Hernández
1825
1885
6
Catalina Madrid Hernández


7
Ceferina Madrid Hernández



                                                                                
I.     Ceferina Madrid H. cuyo esposo fue Timoteo Madrid, fueron padres de:
1        Bernardo Madrid Madrid
2        Anastacia Madrid Madrid
3        Dionisio Madrid Madrid
II.    Alejandra Madrid H., esposo Tiburcio Hernández, padres de:
1        Silverio Hernández Madrid
2        Anita Hernández Madrid
3        Eugenia Hernández Madrid
4        Cipriana Hernández Madrid
5        Germana Hernández Madrid
6        Cerapio Hernández Madrid
III.   Cayetana Madrid H., esposo Remigio Rivera, padres de:
1        Dalio Rivera Madrid
2        Policarpo Rivera Madrid
3        Tanislao Rivera Madrid
4        José Manuel Rivera Madrid
5        Tomas Rivera Madrid
6        Rosalío Rivera Madrid
7        Juan José Rivera Madrid
8        Teodora Rivera Madrid
IV.   Josefa Madrid H., esposo Juan Antonio Madrid, padres de:
1        Sinforiano Madrid Madrid
2        Juana Lorenza Madrid Madrid
3        Agustín Madrid Madrid
4        Pio Madrid Madrid
5        José Angel Madrid Madrid
6        Cruz Madrid Madrid
V.    Eusebia Madrid H., esposo Juan Angel Vallecillo, padres de:
1        Timoteo Vallecillo Madrid
2        Sinfonora Vallecillo Madrid
3        Catalina Vallecillo Madrid
4        Luis Vallecillo Madrid
5        Matías Vallecillo Madrid
6        Estirno Vallecillo Madrid
7        Eligio Vallecillo Madrid
8        Luciano Vallecillo Madrid
9        Juana Vallecillo Madrid
VI.    Bernarda Madrid H., esposo Desiderio Madrid, padres de:
1        Marcela Madrid Madrid
2        Felipa Madrid Madrid
3        Asunción Madrid Madrid     (Sastre)
VII.   Catalina Madrid H., esposo Remigio Rivera, padres de:
1        Dalio Rivera Madrid


VIII.  Asunción Madrid Madrid, madre de:                  N.   1840  D.     1899
1        Apolonio Madrid
2        José León Madrid Paredes                                     1860                 1927

IX. José León Madrid Paredes, esposa Benita Hernández Fajardo, padres de:
Guillermo, Ruperta, Rosa, Alejandra, Narciso, Domitila, Venancio, José León, Miguel y Carlos Madrid Hernández
Naturales de don José León: Simón Torres, Ezequiel Torres, José María, Narciso y Delfina Madrid.

X. Carlos Madrid Hernández, esposa María Isabel Paz Fajardo, padres de:
                                                                                Nacimiento          Defunción                                                        

Carlos Madrid Hernández
4 – XI – 1899
9 – XII – 1990

María Isabel Paz Fajardo 
25 – XI – 1902
5 – XII – 1979
1
Reinaldo Alfonso Madrid Paz
18 – VI - 1926
6 – VI – 2008
2
Fredesvinda de la Cruz Madrid Paz
24 – XI - 1927
27 – XII – 2007
3
Carlos Ottoman Madrid Paz
24 – X - 1929

4
Jaime Javier Madrid Paz
15 – II – 1932

5
Jose Wilfredo Madrid Paz
21 – VI – 1934

6
Alicia Isabel Madrid Paz
5 – X – 1936

7
Genaro Mauro Madrid Paz
12 – XI - 1938
14 – XI – 1967
8
Darlan Heraclides Madrid Paz
6 – VI – 1941

9
Alida Hermes Madrid Paz
11 – V – 1944




XI. Cerapio Hernandez Madrid esposa Feliciana Fajardo, hijos:
1       Felipe Hernández Fajardo
2       Jesús Hernández Fajardo
3       Basilio Hernández Fajardo
4       Juana Hernández Fajardo
5       Nicolasa Hernández Fajardo
6       Benita Hernandez Fajardo
Nota:   don José León y Benita eran parientes.
Descendientes de Carlos Madrid y María Isabel Paz:
1.     Reinaldo Alfonso Madrid Paz, esposa Cándida Rosa Rubio Madrid, Hijos:
América Alejandra, Carlos Samuel, Neily Isabel, Martha Lilian, Rosa                        Carminda, Dilcia Esmeralda, Bessy Yolanda y Maura Yamileth.

2.     Fredesvinda de la Cruz Madrid Paz, esposo Víctor Manuel Hernández, Hijos: Danilo, Mirtha Celida, Abilio, René, Juan Arturo, Víctor, Francisco, Oswaldo, Manuel y Hermes.

3.     Jaime Javier Madrid Paz, esposa Florencia Ríos, Hijos:
Helen Enélida, Jaime Javier, Juana, Rosario Isabel, Janeth, Julissa y Ariel.

4.     José Wilfredo Madrid Paz, ex esposa Haydee Aguilar, Hijos: Ilsa Marisela y José Wilfredo Madrid Aguilar. Con su actual esposa, Estela Castro, Hijos: José Fernando y Alexa Rebeca Madrid Castro.

5.     Alicia Isabel Madrid Paz, esposo José Adalberto Osorio Izaguirre, Hijas:
Xiomara y Waldina Osorio Madrid.

6.     Genaro Mauro Madrid paz no tiene descendientes.

7.     Darlan Heráclides Madrid Paz con su ex esposa Patricia Treat ,Hijos: David Treat. Con su actual esposa Sonia Margarita Ardón Erazo, Hijos: Sonia Gissele, Darlan Mauricio y Carlos Enrique Madrid Ardón.

8.     Carlos Ottoman Madrid Paz, esposa María Paz, Hijos: Héctor Ramón, Armanda Isabel, Petrona, Daysi, Leticia, Maribel, Carlos Ottoman, Alcedes, Genaro Antonio y Dulce María Madrid Paz.

9.     Alida Hermes Madrid Paz, esposo William Spies, Hijas: Alida Karina y Kathleen Janell Spies Madrid. 


Árbol Genealógico de María Isabel Paz Fajardo.
El señor Potenciano Paz que vivía en la aldea de Pinalejo en el municipio de Quimistán, Santa Bárbara se traladó a Concepción del Norte, sus hijos fueron:
1.     Salome Paz, esposa Timotea Paredes.
2.     Atanacio Paz, esposa Juliana Hernández.
3.     Francisca Paz, esposo Tomás Rivera.
4.     Genaro Paz, esposa Abelina Fajardo.
Genaro Paz Paredes, esposa Abelina Fajardo, Hijos:
1.     Genaro Paz Fajardo, esposa Lucila Rivera.
2.     María Isabel Paz Fajardo, esposo Carlos Madrid Hernández.
3.     Ramón Paz Fajardo, esposa Mercedes Rivera.
4.     Benita Paz Fajardo, esposo Manuel Hernández Madrid.
Apellidos Fajardo Rápalo.
Los esposos Sebastián Rápalo y Pascuala Leiva se establecieron en Trinidad, Santa Bárbara.
Fueron padres de: Gregoria, Marcelino, José María, Crecencia, Feliciana, Cristóbal Santiago y Victoriano Rápalo Leiva (este último fue síndico municipal de Villanueva, Cortés).
José María Rápalo Leiva, Hijos: Margarito, Jacinto, Félix, Pantaleón, Juana María y Dionisio Rápalo.
Dionisio Rápalo, Hijos: Juana Vicenta, Aquilina, Concepción, María del Pilar, Nicolasa, Patricia, Agustín Felipe y Buena Ventura.
Buena Ventura esposo Braulio Fajardo, Hijos: Trinidad, Ramona, Virginia, Emilia, Víctor, Gregorio, Santiago, Pablo, Jorge y Abelina Andrea Fajardo Rápalo. Esta familia se trasladó a Villanueva, Cortés, a trabajar en la instalación de los rieles del tren.
En Concepción del Norte se radican:
Abelina Andrea Fajardo, esposo Genaro Paz Paredes, Hijos:
Genaro Paz Fajardo, María Isabel, Ramón y Benita Paz Fajardo.

Resumen
Apellido Madrid
Padre
Hijo
Nieto
Bisnieto
Tatarani.
5° G
6° G
7° G

Francisco Robles de Madrid
Francisco Remigio Madrid
Norberto Madrid
Bernarda Madrid
Asunción Madrid
José León Madrid
Carlos Madrid Hernández
Hermanos Madrid Paz





















Apellido Hernández
Padre
Hijo
Nieto
Bisnieto
Tatarani.
4° G
5° G
6° G
Francisco Robles de Madrid
Francisco R. Madrid
Norberto Madrid
Alejandra Madrid
Cerapio Hernández Madrid
Benita Hernández Madrid
Carlos Madrid Hernández
Hermanos Madrid Paz


Apellido Fajardo
Padre
Hijo
Nieto
Bisnieto
Tatarani.
4° G
5° G

Sebastián Rápalo
José María Rápalo
Dionisio Rápalo
Buena Ventura Rápalo
Abelina Andrea Fajardo
María Isabel Paz Fajardo
Hermanos Madrid Paz



Apellido Paz
Padre
Hijo
Nieto
Bisnieto
Potenciano Paz
Genaro Paz
María Isabel Paz
Hermanos Madrid Paz



Doña María Isabel Paz Fajardo.
Una mujer virtuosa, muchacha lista, hacendosa y con enorme capacidad para escuchar y cumplir instrucciones; carácter afable, respetuosa y muy hábil en el arte jocoso de la conversación. Hablaba con sencillez acerca de los problemas más importantes de la vida. En su conversación no faltaron las enseñanzas morales bíblicas, los refranes estaban a flor de labio, con una fuerte personalidad lógica y con valores donde el honor y la honestidad fueron un baluarte en el transcurso de su vida.
Era la hija mayor del matrimonio formado por don Genaro Paz Paredes y doña Andrea Abelina Fajardo Rápalo, era trigueña como su padre, delgada, de mediana estatura, ojos negros, de pestañas hermosas y mirada profunda y soñadora, con una abundante cabellera negra que se recogía para formar un moño que lo sujetaba con una peineta.
En su juventud disfrutó de las tareas escolares y su libro de lectura fue la biblia en español que le fue obsequiada por el sacerdote Francisco Filiberto Blanco, que se hospedaba en casa de su padre cuando llegaba a las celebraciones de las fiestas patronales en la década de 1900. Otra fuente favorita de lectura fueron los libros de medicina natural que obtenía su padre a través de los maestros privados que contrataba, entre éstas estaba su querida maestra empírica Florencia Bueso originaria de Ilama, Santa Bárbara.
Por el correo recibían periódicos y revistas de la época pues don Genaro era un nato político y le gustaba estar al día con los acontecimientos, en aquélla época incluso con el acontecer de la primera guerra mundial.
Con su porte delicado y siempre con su inalterable aplomo, aún cuando en el aula de clase algunas compañeras le decían “Licenciada patas de tranca”, expresión de la que ella solamente tomaba la parte positiva, haciéndola sentirse cómo en las nubes, según sus propias palabras. Aprendió con sus maestros a confeccionar a mano (en ese tiempo no habían maquinas de cocer) ropa interior, la costura fue una de sus favoritas actividades de entretenimiento.
María Isabel crecía desarrollando actividades dentro del hogar propias de aquella época como halar agua de la quebrada, procesar el maíz, cocinar, lavar, manejar los productos del ganado, el café, el comercio que aprendió al tener que administrar también el almacén de su padre, hacer cigarros para comercializarlos que era una de las tantas actividades que ejercían sus padres.
La servidumbre en su casa era numerosa, habían hombres y mujeres contratados por un año, a los hombres les llamaban mozos de casa, Isabel trabajaba a la par de ellos, por su natural modestia y alma generosa; también en su sencilla apariencia y forma de ser, no tuvo pretensiones de grandeza a pesar de ser de las familias más adineradas y sobresalientes del lugar. Además de dedicarse a múltiples actividades comerciales, su padre fue un alcalde progresista por varias veces en el municipio de Concepción del Norte, Santa Bárbara.
En las guerras intestinas que vivió el país en las primeras décadas del siglo XX, llegaban al pueblo turbas de hombres llamados revolucionarios enarbolando la causa de una bandera X. Los nativos del lugar al saber que llegarían los de la revolución, huían hacia las montañas y cuevas a refugiarse para no ser aniquilados. Los “revolucionarios” dejaban las casas saqueadas, a las mujeres las violaban, robaban el ganado de carga y al resto lo destazaban, era una vida de mucha zozobra y muy difícil.
Así le sucedió a la familia de María Isabel en una de las “visitas” de los revolucionarios, huyeron para unas cuevas que estaban en las montañas de “Los Brazitos”. Isabel cargaba sobre su cabeza un enorme canasto de loza muy fina que en la orilla tenia líneas de oro, la estimaban mucho porque había sido un obsequio de un norteamericano cuñado de doña Abelina.
Era tanta la desesperación en la huida que Isabel tropezó en algo, se desplomó al suelo y el canasto salió volando por un precipicio y no quedó una tan sola pieza en buen estado; ésta dolorosa y frustrante huída dejó su huella en la joven Isabel. Finalmente la paz se firmó, pero la sangre derramada, las injusticias y las oscuras experiencias provocadas no fueron olvidadas por sus víctimas.
María Isabel fue creciendo y llego a su edad adulta. Un día fue sorprendida por Inés y Abelina que laboraban en su casa, entregándole envuelto en un pedazo de papel manila una latita de 7X4X2 cm. que contenía dulces, se la enviaba el joven recién graduado de Perito Mercantil Carlos Madrid Hernández (ésa latita todavía se conserva). Las domésticas Inés y Abelina eran personas de mucha confianza, por lo que le fue fácil a Carlos enviar el presente.
La familia de don Genaro Paz y don José León Madrid, padres de María Isabel y Carlos, respectivamente, vivían en la misma comunidad y se dedicaban a las mismas actividades, para visitarse y hablar de negocios se daban cita con mucha formalidad y las realizaban montados a caballo, aunque algunas veces la distancia que los separaba fuese de apenas 200 metros.
En una de las citas llegó don José León a casa de don Genaro, éste sale a la puerta de su casa para recibirlo, al ver el andar de su hermoso caballo, le dice: “Qué bonito paso llano tiene su caballo compadre, a lo que don José León dijo: “Pero de aquí ya no paso”. Este encuentro era contado por la señora Benita, hija de don Genaro, que murió a los 97 años de edad.
Otra vez Carlos era aficionado a la fotografía de cubeta, le llamaban así porque para revelar la foto había que sumergirla en un balde con agua. Le tomó una foto a Isabel a 100 m. de distancia ella se encontraba bordando en el corredor de su casa y no se dio cuenta de lo que Carlos había hecho, hasta que le mandó la foto a doña Abelina. Así poco a poco fue avanzando en su propósito de conquistar aquella joya trigueña y hermosa que lo estaba cautivando. Empezó a visitar su casa y don Carlos era recibido por don Genaro con quien establecían largas conversaciones; en esos tiempos eran los padres los que analizaban las interioridades del pretendiente; aquel amor silencioso iba creciendo y un día 17 de septiembre de 1925, se realiza la boda más sonada del pueblo. Ella con su bello vestido de novia confeccionado en San Pedro Sula y él con un traje oscuro de leva, camisa blanca con corbatín y unas preciosas mancuernillas (que todavía se conservan), salen de casa de don Genaro para el templo, adornado con gran cantidad de flores y manteles bordados por ella.
La pareja se desposó y hubo una fiesta que duró 8 días, un día para los invitados de cada aldea que eran amigos de don Genaro y José León. Bailaron con el grupo de músicos con acordeones, venido de San Antonio de Cortés y, música de cuerda traída de otros lugares.
Destazaron reses, cerdos, gallinas, y sirvieron nacatamales y exquisita repostería; bridaron con chicha y guaro que en casa de don Carlos elaboraron los hermanos de éste, de una receta ancestral que practicaba don José León en sus fiestas, la que consistía de jugo de naranja, guaro y dulce de panela, con aromas como canela y clavos de olor. También sirvieron ron especial para los amigos de corbata.
Don Genaro fue un hombre alegre, jocoso, ameno y le gustaba divertirse. Isabel era una joven preparada por su madre para desempeñarse en el hogar y sabia costurar, confeccionaba flores de toda clase, elaboraba dulces, hacia panes variados, manejaba los derivados de la leche, manejaba los distintos procesos por los que pasa el café, practicaba la jardinería, etc. Actividades que también ella desarrolló con sus hijos.
En los bailes o reuniones que don Genaro organizaba, solían reunirse  varios de sus parientes entre ellos su hermano don Atanasio Paz, que con facilidad improvisaba cuentos, bombas y versos. En una ocasión se organizó un baile y asistió una preciosa joven vestida con un traje celeste, al verla don Atanasio le dice:
“Vestida de azul viniste
A competir con el cielo
Más no sabes que
En la tierra, hay cielos
Que de azul se visten”

En otra ocasión llegó don Atanasio con su esposa a un convivio, ella se entretuvo con el resto de señoras que estaban en la reunión, cuando él no la ve, exclama:
“Yo no sé que tiene Julia,
Que no la puedo olvidar
Que donde quiera que ando
Me parece que la escucho hablar”

Estos espontáneos versos quedaron en la memoria de doña Benita, quién siempre aprovechaba la oportunidad de contarlas, especialmente cuando estaba con buenos amigos y familiares. En sus tiempos, las personas al buscar un solaz o descanso para dar libertad al espíritu para que se manifestara en forma natural y sacar a luz sus dones o habilidades, principalmente para los que tenían una innata vena de poeta.



 Vida en Casa
El joven Carlos Madrid Hernández estaba recién graduado de perito mercantil, actividad que conocía muy bien por sus incipientes actividades comerciales. Dispuso contraer matrimonio con una joven muy estimada y de la alta sociedad de la región. Después de casados se trasladaron a la montaña, a su propiedad denominada Los Brazitos, lugar muy apropiado para organizar el comercio de madera, pero teniendo que vivir en condiciones muy limitadas y rodeados de fieras salvajes. Los rafles transportaban madera preciosa para ser vendida en la comunidad de Pimienta y El Progreso, dónde se implementaba la construcción de viviendas de madera, sostenidas por polines para evadir las inundaciones. El comercio de las maderas preciosas fue su fundamento para después tener una vida solvente, por lo que cultivó maderables en cada propiedad que iba adquiriendo. Los arboles fueron aprovechados de forma sostenible y de igual forma después por sus hijos y ahora sus nietos. Enseño a sus hijos a amar la naturaleza a tal grado que los que vivimos en la ciudad no podemos prescindir de los ambientes con naturaleza.
La nota alegre y confortable en aquel caserón de madera, cuya cimentación consistía en un muro de contención hecho de cal, piedras y arena, sostenida por pilares de tronco de arboles tallados artesanalmente por la parte de atrás. Un total de 200 varas cuadradas distribuida en salones, fue construida en el centro de un solar de 3,500 varas cuadradas en el año de 1936. Una hermosa arboleda de frondosas ramas y arbustos cuajados de flores; árboles frutales llenaban gran parte del solar por atrás de la casa.
Al frente de la vivienda se encontraban los patios para asolear el café, rodeados de plantas del jardín que doña Isabel cultivaba con mucho esmero. Plantas que eran abonadas con la pulpa del café y el excremento del ganado y, regadas con agua traída desde el nacimiento natural de la Quebradona, situada a 800 metros de distancia de la casa; el agua era halada por los niños de la familia en baldes colgados en palancas que sostenían sobre sus hombros. Era el paraíso de cientos de pájaros cuya visita se estimulaba con frutas y granos que cada árbol producía. Los niños aprendían a conocer las aves por su nombre y deleitarse con sus colores como los loros, tijules, ruiseñor y zorzales; conocieron como trabajaban las abejas en las colmenas que su padre tenía en los aleros de la casa.
El canto de las aves constituía una melodía que no importunaba su sueño ya que no era suficiente para levantarse a las 5:00 de la mañana hora en que iniciaban las labores y que era marcado por un reloj de péndulo sostenido en una pared de la sala, más un radio marca Philips comprado por José Wilfredo que iniciaba las noticias de la emisora H.R.N. completaba aquel ambiente de aire fresco y penetrante aroma de azahares, rosas, velo de noche, júpiter, narciso, mar pacifico, lirio, etc., que eran sembrados cerca de las puertas y ventanas para cuando estas se abrieran los gajos de flores blancas, moradas, rojas y rosadas entraran a las diferentes dependencias de la casa, dándole un aspecto colorido y bonito al hogar.
La marimba “Maderas de mi Tierra” que don Carlos había comprado en el municipio de Colinas, Santa Bárbara para que sus hijos mayores aprendieran a tocarla, era otra entretención que les entusismaba enormemente. Cuando llegaban los músicos Salomón Torres, Audato y Manuel Bueso Paz, Víctor y Rubén Hernández y Héctor Torres. Posteriormente don Carlos adquirió una bitrola con discos que trabajaba manualmente. Él se deleitaba con el vals “Alejandra” y doña Isabel con la “Comparcita”. La juventud de la casa prefería las melodías de origen mexicano.
Las faenas de la casa eran múltiples. Doña Isabel y don Carlos no exigieron a sus hijos tareas que no podían realizar pero todos tenían responsabilidades según la edad. Desgranaban maíz; recogían olotes; llevaban la tuza al corral para el ganado; recogían las astillas del astillero y las llevaban a la cocina para ayudar al fuego de la hornilla, que era estilo “Lorena”; cortaban malva o tabaquillo alguna otra planta resistente para armar escobas; dar de comer a las gallinas y a los cerdos; hacer mandados; limpiar el solar y atender los perros, principalmente a Brisca que fue muy cariñosa; sacar las sábanas al sol para evitar que adquirieran plagas como chinches, pulgas; ayudaban en los cuidados para con los huevos encubados y auxiliaban en el nacimiento de los polluelos; barrían el solar que se tapizaba con hojas secas; iban a los potreros a recoger las vacas y terneros para llevarlos al corral por la tarde, y en la mañana las ordeñaban y las regresaban al potrero. La leche era recogida temprano en el corral que distaba unos 200 m. de la casa, debido a que la leche era muy apetecida por la gente de la comunidad, debiendo hacer fila para comprarla, para ello doña Isabel estableció una numeración para atenderlos conforme iban llegando; de la leche sobrante se elaboraba cuajada o queso por doña Isabel y Fredesvinda, su hija mayor.
Los hijos mayores sacaban los sacos de café a los patios dónde lo extendían para que fuera secado por el sol, volviendo a recogerlo en los sacos por la tarde; para ello se usaban manteados, especie de sábanas hechas de manta. Estaban encargados también de ir a dejar los alimentos a las personas que estaban trabajando en el campo, viajar a la montaña de Cuchillalta donde estaban las fincas de café, ya fuese a pie o sobre bestia; Sí se acumulaba el queso lo iban a vender a las aldeas, casi siempre no regresaban con dinero porque lo cambiaban por los envases de vidrio de ¼, ½ y 1 litro que eran vendidos por don Carlos en Santa Bárbara dónde estaba la fábrica de aguardiente el “Sombrerito”.
Al final del día, se iniciaba la preparación de candiles, lámparas, candelas, fósforos y gas para iluminar la casa; la cocina cerrada porque había terminado su quehacer; en el patio se preparaba la leña de ocote para hacer la chimenea y el solar era iluminado porque venía la hora más esperada, la de los juegos; llegaban los niños del vecindario y se cantaban rondas como la pispisigaña, la piedra escondida, saltar el lazo, las hollitas, rayuela, el chocolón, los botones cuarteados, el trompo (estos eran hechos de madera por los mismos niños); habían culumpios  hechos de un árbol llamado guaruma, juego de encostalados; esta hora del juego siempre era vigilada por doña Isabel.
A las siete de la noche todos se tranquilizaban y daban inicio a las tareas escolares que eran dirigidas por don Carlos, había libros para estudiar los temas sobre ciencias naturales, estudios sociales, anatomía, ortografía, gramática, matemáticas con libros de Wenworth y Smith, y varios diccionarios; junto con las anotaciones que se tomaban del maestro en la clase. Mientras sus hijos realizaban las tareas escolares, don Carlos se dedicaba a leer sus periódicos y revistas, las que llegaban por correo el que era distribuido por el veterano empleado Margarito Torres, quien caminaba descalzo como unos 30 Km. para recoger la correspondencia 2 veces por semana.
Doña Isabel recorría toda la casa asegurando puertas, ventanas, ordenando camas, revisándolas por si habían alacranes desprendidos del techo; se acompañaba de un foco de mano o un candil porque las lámparas o quinqués estaban siendo ocupados por sus hijos haciendo la tarea; a veces doña Isabel pasaba por el grupo de niños ofreciendo café que había sobrado de la cena o atole de maicena, hecho con leche y azúcar.
Cuando se disponían a dormir, se escuchaban las oraciones que todos rezaban, decían buenas noches y por último se colocaba en una esquina de un dormitorio una nica por si surgía la necesidad.
Aquella casa era una fiesta donde los once miembros de la familia se mantenían ocupados; familia muy afanosa confundiéndose con los trabajadores como Remigio Paredes que les fabricaba tejas, Gaspar Murillo que se encargaba de quemar la piedra de cal en un horno que estaba construído en el solar de la casa, Rafael Hernández era el curtidor de cueros de ganado, las pilas de trabajo  todavía existen, Rodolfo López era el que confeccionaba zapatos, Herminio Paredes, Celso Paz y Simón Torres eran los muleros que llevaban producto a Villanueva, Cortés. Dolores Rivera (Lolo) arriero de ganado, Agustín Briones el despajador de café, Fausto Torres, Santiago Perdomo, Mercedes Aguilar y Felipe Caballero eran hacheros y aserradores; Sixto era encargado de hacer cimientos para proteger los potreros, la piedra era halada en una carreta con bueyes; Juan Medina era el hojalatero que sellaba las latas de manteca de cerdo que se comercializaban en Villanueva, Cortés.
Las señoras, Isidora Medina, Ofelia Paz, Carmela Torres y Danila de Hernández fueron las aplanchadoras de  ropa almidonada; Eloisa la que lavaba ropa dos veces por semana, Raul Hernández el sastre de preferencia, Lenchita Bueso, Ciriaca Conso y María de Hernández fueron las modistas que embellecían a las damitas del hogar.
Entre las que ayudaban a doña Isabel y a su hija Fredesvinda en las tareas domésticas se recuerdan a Diomedes Cruz, Amelia Zamora, Demetria Paredes, Amelia Rápalo, Blanca Torres y Cornelia Ofión la cual tenía un niño llamado Francisco, fue la que más tiempo permaneció con la familia y doña Sotera Morán que por décadas tostó y molió el café que consumía la familia. También algunas iban y venían según la temporada de corte del café de las fincas ya que acompañaban a sus maridos, que viajaban del occidente del país y de El Salvador y que eran cortadores de café.
Cuando doña Isabel iba a la iglesia Católica se acompañaba de sus hijos menores, quienes manifestaban su contento quizá no por ir a la iglesia sino porque al regreso a su casa ella les compraba dulces o colaciones donde don Julián Maldonado (Pichinguero) o pan de yema donde la tía Ruperta. Doña Isabel alumbraba el camino con una lámpara de gas o con foco de mano. En una ocasión, la noche estaba tan oscura que el grupo de niños chocó con una vaca negra que estaba echada en medio de la calle; el susto fue tan grande que el animal inmediatamente se levantó terminando de dispersar también a los adultos.
Por las noches dejaban a don Herculano cuidando la casa, pues tenía un almacén bien surtido y temían que alguien entrara por la noche; por lo general, lo encontraban dormido y don Carlos decía “con todo y silla se lo van a llevar creyendo que es un quintal de café”.
Ottoman y Reynaldo que eran los hijos mayores, por las noches iban con los rifles de cacería por los potreros, casi siempre encontraban conejos y venados. Cuando lograban encontrar venados recién nacidos los capturaban y en la casa los asistían por un tiempo y cuando estaban de un regular tamaño, don Carlos los iba a vender a la ciudad de la Lima donde los norteamericanos se los compraban. Doña Isabel al ver los niños alimentando al venadito les decía “a ustedes no les va a salir ni la venada careta”, refiriéndose a la leyenda.
Y hablando de cuentos llegaban de visita a la casa personas que doña Isabel invitaba para que le fueran a contar leyendas, cuentos, anécdotas a los niños, ella les advertía que no fueran de miedo porque entonces no iban a dormir. Los cuentistas eran jocosos y amenos, de esta forma aprendieron cuentos como el barbero, los chiviadores, el perro y el sastre, el niño que salvo a una ciudad, el perro y el hueso, el niño y la ciruela; también sobre leyendas y mitos como la sucia, el duende, el cisimite, la lechuza, el cadejo, las campanas de media noche, el muerto montando en un caballo, etc. Don Carlos les contaba sobre hechos históricos, sobre el Padre Subirana, e historietas sobre los cerros y quebradas del pueblo.
La parte humana de esta familia se hacía sentir de muchas maneras y por muchas partes, mediante su generosidad, buenos sentimientos y la caridad. El servicio a los demás se manifestaba en toda forma. En el tiempo de escases de granos (junio y julio), doña Isabel siempre ayudó a los demás, principalmente a los pobres de las aldeas, cuando llegaban con canastas a solicitar mazorcas de maíz para hacerle atole a los niños, les proporcionaba frijoles, queso y suero para comer con tortilla, nada se les negaba; hubo hospedaje en el sótano de la casa el cual medía unas 200 varas cuadradas, principalmente para el extranjero o personas desposeídas. De esta forma estuvo Carolina Ríos con sus tres hijos, Agustín, Rita y Ramona por mucho tiempo. Herculano Hernández que llegó del pueblo de Ilama, muy humilde, tranquilo y servicial; a doña Isabel le molía el maíz en un molino de mano a cambio de una taza de café con pan.
También hospedaron a doña Martina con su esposo Ramón y sus cuatro hijas, que llegaron de la aldea de Concordia en busca de medicina al dispensario médico del Dr. Ricardo Auler, el norteamericano que atendía la clínica evangélica. También a Emeregilda y Fernando Manzano de la aldea de Flores; a Victoria Paz y su esposo Ciriaco de la aldea El Jilote; don Samuel Rubio, salvadoreño. Se encargaron de dar cristiana sepultura a un salvadoreño que fue asesinado en los días de la guerra entre Honduras y El Salvador, quién fue abandonado en la calle por varias horas hasta que esta familia pidió permiso a la autoridad para su sepelio.
Atendieron a un joven trabajador originario de la República de El Salvador, de nombre Lucio, quién sufrió un derrame cerebral estando en casa de don Carlos, inmediatamente fue atendido y lo llevaron a una casa de bajareque que estaba muy cerca de la casa principal y en la misma propiedad, permaneció alrededor de seis meses, paralizado, sin ver, hablar, ni oír; perdió el cabello. Esta familia pagó a doña Sotera Morán para que lo aseara. Doña Isabel lo alimentaba con leche, vino de carne, jugo de frutas, huevo crudo, diferentes tipos de té batido y el reconstituyente “NervoForza”. Seis meses después empezó a reaccionar y fue mejorando poco a poco. En el documento que portaba encontraron el nombre de sus padres y el de su pueblo de origen. Después de un año de estar enviando telegramas y cartas, llegó su padre a Concepción del Norte y permaneció dos días. A la tercera mañana cuando doña Isabel llega con el desayuno no encuentra a nadie, ambos al parecer se habían ido, no dijeron adiós y nunca más se supo de ellos.
En los arboles cercanos a la casa siempre había bestias amarradas y cargando sus monturas, de personas que llegaban de otros lugares; también dejaban sus canastos, alforjas, animales, machetes, armas de fuego pues era prohibido en el periodo de la dictadura del General Carias Andino, portar armas dentro de las comunidades. Doña Isabel les advertía que si llegaban ebrios no les entregaría sus pertenencias, sino hasta que estuvieran sobrios.
Del año 1925 al 1948 se tejieron en el hogar ilusiones, anhelos y expectativas que iban creciendo y consolidando con el paso de los años, todos como un panal pero en que no había reina, ni zángano, y todos eran obreros que verían sus respectivos frutos. Don Carlos e Isabel planearon para sus hijos un futuro profesional, para ello con cada hijo iniciaban los preparativos de su siguiente ciclo educativo una vez que terminaba el ciclo escolar. Así, Reinaldo Alfonso ingresó a la Escuela Agrícola de “El  Zamorano”; Carlos Ottoman, a la Escuela de Agricultura “Pompilio Ortega” en Coyocutena, Comayagua; José Wilfredo, ingresó a la UNAH obteniendo el título de Abogado; Alicia Isabel, maestra egresada de la Normal de Señoritas y Supervisión Escolar en la UPNFM; Genaro Mauro interno en la Normal de Varones de Comayagua se graduó de maestro; Darlan Heráclides, estudió el bachillerato en el Instituto “La Independencia” y seguidamente Ingeniería Agronómica en Catacamas, Olancho; Alida Hermes, magisterio en la Escuela Normal Mixta de San Francisco, Atlántida, también se graduó de Perito Mercantil y Secretariado en Tegucigalpa; Jaime Javier el cuarto hijo dispuso quedarse en el pueblo y ayudar a su padre para ayudarlo en sus diferentes negocios, para lo cual su padre le brindó todo su apoyo para que fuera creciendo en la caficultura, agricultura y ganadería. Fredesvinda la segunda de la familia contrajo nupcias muy jovencita y no tuvo la oportunidad de superar su educación primaria.
Aquel hogar con virtudes tan acrisoladas se fue diseminando al tomar otros rumbos para formar sus propias familias y procrear nuevas generaciones, las que don Carlos y doña Isabel llegaron a conocer. Seguramente, ambos desde el cielo han de sentir el orgullo de ser los progenitores de una familia sana y sin vicios, ni problemas con la ley, hasta hoy. De esa gama de nietos hay 18 con estudios superiores, 17 con educación media y 11 se dedicaron a distintas actividades como la caficultura, agricultura y el comercio.
Aquella pareja de jóvenes donde sólo el amor que se profesaban, el espíritu de trabajo con que nacieron y la profunda responsabilidad de procurar una familia que disfrutara de un nivel superior al de ellos, fue posible que tomaran este reto, y se internaran en una montaña virgen que les abrió los brazos, dónde sus primeros acompañantes fueron los tigres, leones, serpientes, etc. Empezaron a moldear un medio que más tarde les daría la base para un patrimonio que fue muy bien manejado.
Las diferentes casas donde vivieron estas maravillosas escenas, todavía están en pie, como testigos fieles de un tiempo pasado donde hoy apenas sobreviven a la soledad, porque aquél estilo de vida se fue y sólo quedan los agradables recuerdos. Así se encuentran la de don Genaro Paz en “Cuchillalta”, la de don José León Madrid en la montaña “La Lima” y, en el casco del pueblo, la de don Carlos y doña Isabel que siguen dando abrigo a otras generaciones de parientes y la de don José León Madrid la cual es habitada por su nita Lizeth Madrid.
“Los Brazitos”, tierra memorable que fue bañada con el sudor de la frente de don Carlos y quizás con las lagrimas de doña Isabel al enfrentarse a las fieras que los obligó a retirarse del lugar a los dos años de permanecer en él. Esta propiedad pasó a manos del perito mercantil Genaro Paz Hijo, quién la alquiló al Gobierno por diez años, para que trabajaran los campesinos que no tenían tierras, contrato que no honró el Estado. Los herederos de don Genaro Paz hijo vendieron la propiedad a un empresario de San Pedro Sula quien instaló haciendas y zacatales y de cierta forma contribuyó a que el río Ulúa que pasa por ese sector, y que ya no es navegable, se mantenga invadido por la enorme cantidad de cocodrilos que se han reproducido. Ya solo queda el recuerdo melancólico de los viajes con rafles de madera que don Carlos Madrid efectuaba por el río Ulúa en su ruta hacia la costa norte.

Las Huellas de Carlos Madrid Hernández
Sí las huellas del caminante no las borrara el tiempo, los caminos marcarían sus pasos; sí el riachuelo contara las veces que mitigo su sed, sí el árbol milenario dijera cuantas veces le brindó abrigo; sí el cedro y el caoba pudieran mostrar dónde por él fueron plantados; sí las piedras contaran todas sus trayectorias; sí los animales comentaran acerca de sus cuidados; sí los viejos amigos reconocieran cuándo fueron auxiliados, las aguas también extrañarían la ausencia de su amigo.
Esas son las huellas de aquel incansable y tenaz caballero llamado Carlos Madrid Hernández; huellas que dejó marcadas en sus nueve hijos donde formó valores imperecederos, sin regaños, ni castigos sino con ejemplos; propició una convivencia participativa donde no había mayor ni menor, practicando buenos hábitos, una firme autoridad donde la obediencia y la razón fueron el baluarte que sostuvo a la familia.
Su fuerza espiritual no fue desvanecida con los vaivenes del tiempo y su franqueza fue permanente, dándole un toque de sabor con su cordialidad y respeto en el trato a los demás; serio y constantemente dedicado al trabajo, considerado, fino y afable en sus quehaceres, no se le vio cansado ni mal humorado y no se le escuchó nunca quejarse, sí sentía frio o calor, sí hambre o sed, sí hacía mucho sol o mucha lluvia, sí había dormido bien o se había desvelado, sí un animal se le perdía o de sus cultivos le sustraían productos no hacía comentarios, al menos delante de sus hijos. 
La prudencia envolvía todo su ser y la humildad afloraba en sus maneras. Se relacionaba con todas las personas, no manifestaba prepotencia, ni soberbia, y sí alguien solicitaba su consejo, el estaba siempre presto a ayudarlo.
Fue un político moderado y su sentimiento lo compartía con las autoridades y afiliados al partido Liberal; por pertenecer a este partido vivió penurias, deshonras, humillaciones y en una ocasión escapó incluso de la muerte gracias a una llanta que se le estalló al camión donde lo llevaban con otras personas para su martirio;  los conducían por una carretera de terracería cercana a la ciudad de Santa Bárbara, logrando en esos momentos escapar. Don Carlos se refugió en una propiedad campestre de la familia Sabillón llamada “El Llano” en Gualala, Santa Bárbara, dónde permaneció varios días hasta que los ánimos bajaron su nivel.
Cuando se produjo el golpe de Estado contra el presidente Ramón Villeda Morales, 2 rifles y 1 pistola que poseía conforme a ley le fueron decomisadas por miembros del ejército. En estos escenarios políticos suele perderse inclusive la noble relación de la amistad y el parentesco, y no importa lo que el adversario sufra, son incapaces de ver la calidad de la persona que está siendo su víctima.
Don Carlos Madrid Hernández nació en Concepción del Norte, Santa Bárbara, el 4 de noviembre de 1899 y falleció el 9 de diciembre de 1991. Era hijo de don José León Madrid y Benita Hernández Fajardo también nacidos en el mismo lugar. Un joven de mediana estatura, piel blanca, ojos café claro, cabello liso que contrastaba con sus ojos, de cuerpo delgado, nariz de recto perfil, su cara ovalada le delataba su origen español, siempre estuvo nítidamente vestido, su ropa de campo fue kaki y sus camisas manga larga, montaba siempre su bestia predilecta y tenía sus trajes bien conservados para usarlos en actos especiales.
Su madre partió a la eternidad cuando el tenia 10 años, creció con sus 10 hermanos en un grupo familiar muy unido gracias a los esfuerzos de sus hermanos mayores, su padre observó en él un gran potencial por lo que se interesó por su superación  y lo envió a la ciudad de Santa Bárbara a estudiar para Perito Mercantil en el Instituto La Independencia, graduándose en el año 1924. Estaba recién graduado de perito mercantil, actividad que conocía muy bien por sus incipientes actividades comerciales. A los 26 años contrae matrimonio con la dinámica joven María Isabel Paz Fajardo, con quien procrea una numerosa familia. Después de casados se trasladaron a la montaña, a su propiedad denominada Los Brazitos, lugar muy apropiado para organizar el comercio de madera, pero teniendo que vivir en condiciones muy limitadas y rodeados de fieras salvajes.
La lucha incansable por el trabajo y el deseo de superación no se apartaron de él, permitiéndole viajar mucho tanto dentro como fuera del país; y su afán por aprender fueron permanentes. Para viajar de Concepción del Norte, Santa Bárbara a Tegucigalpa no era fácil, eran 16 días para hacer el viaje, pero él se esforzaba por lograr sus objetivos; en esos tiempos se viajaba en bestia mular y se cruzaba el Lago de Yojoa en lancha, entre los puertos lacustres de Pito Salo y el Jaral.
Pernoctaba en el trayecto en varios lugares como Taulabé, donde conoció como se construía y cargaba un horno para quemar piedra de cal. En Comayagua se sentía motivado por las carretas tiradas por animales, en San Pedro Sula al visitar las zapaterías se familiarizó con los talleres y conoció sobre los implementos que eran usados, etc., en esa forma se instruía, aparte de los libros y manuales que compraba y devoraba; así como asiduo lector de periódicos y revistas.
Con sus múltiples conocimientos le fue fácil dedicarse a varias actividades para comercializar. Por 60 años se rodeó de caballeros muy capaces y honestos, y así se inició, sacando madera en rollo de la virgen montaña de “Los Brazitos” y transportándola en rafles por el río Ulúa. Los rafles transportaban madera preciosa para ser vendida en la comunidad de Pimienta y El Progreso, dónde se implementaba la construcción de viviendas de madera, sostenidas por polines para evadir las inundaciones. El comercio de las maderas preciosas fue su fundamento para después tener una vida solvente, por lo que cultivó maderables en cada propiedad que iba adquiriendo. Los arboles fueron aprovechados de forma sostenible y de igual forma después por sus hijos y ahora sus nietos. Enseño a sus hijos a amar la naturaleza a tal grado que los que vivimos en la ciudad no podemos prescindir de los ambientes con naturaleza.
Organizó aserraderos para sacar madera de color para la construcción de viviendas, entre éstas todavía en pie la que le construyó a don Ezequiel Paz, a don Bertilio Torres y la que hizo para él y su esposa. Elaboraba sus propios cepillos para pulir la madera, administró por un tiempo junto a su esposa un fuerte negocio de abarrotería de la familia Rivera de Trinidad, Santa Bárbara.
Construyó hornos para quemar piedra de cal, hacer ladrillo y teja. Sus carretas tiradas por bueyes se ocupaban del transporte de materiales de construcción que extraía de la Quebradona, para los cimientos de las casas y para proteger potreros o solares.
Poseía un arsenal de herramientas como hachas, picos, piochas, barras, azadones, palas, almáganas, martillos, sierras, etc. Herramientas que también ayudaron a abrir tumbas porque siempre las prestó para ese menester. En algunas ocasiones, no regresaban a su dueño porque desaparecían en manos de los trabajadores al emborracharse a la salud del difunto.
Dispuso organizar una zapatería, quizás por tener una familia muy numerosa, para lo cual llevó de San Pedro Sula al zapatero Rodolfo López, quién terminó en nupcias con su sobrina Elvia Torres. Para tener materia prima hizo una pila para curtir pieles (todavía existe), usando cal, corteza de roble y encino para darle color, vendiendo el par de zapatos llamados “Burros” a L. 2.50.
Simultáneamente cultivaba varias manzanas de maíz y frijoles, productos que comercializaba con los árabes que estaban establecidos en Villanueva, Cortés.
Para cuidar de su vaca, “La Venada”, dió inicio a la compra de propiedades y adquiría la semilla de zacate para convertir sus propiedades en potreros. El ganado fue aumentando hasta tener una considerable cantidad. En el año 1954 le compra al Estado un semental de raza Bramman, y de paso mejorar la descendencia con la vaca criolla que poseía. Era un hermoso toro color blanco, con su elegante joroba y los niños le pusieron por nombre “Cariño”. Sus hijos pequeños iban al corral a dejarle café con pan a sus hermanos mayores que estaban ordeñando, con el entusiasmo de ver al bonito animal. Don Carlos también transformaba toros en bueyes, de su ganado.
En la montaña de Cuchillalta le compra una finca de café a su pariente Gabriel Madrid. Muy entusiasmado con la caficultura, le cambia a su cuñado Genaro Paz Hernández una parcela ya sembrada de café por la propiedad de “Los Brazito”. Compró con el tiempo tierras cultivadas de café, logrando obtener muchas manzanas. Cuando don Carlos entra en años y no puede seguir atendiendo sus fincas, se las traspasa a cuatro de sus hijos varones.
Fue dueño de un negocio fuerte dónde se vendía gran variedad de artículos, medicamentos, telas, implementos de ferretería, misceláneos, etc. Llevaba de Tegucigalpa artículos de fantasía, algunos de ellos los adquiría en el almacén “El Acapulco”. Este negocio lo liquidó en 1955, porque el crédito entre sus clientes se había generalizado y pocos lo cancelaban.
Don Carlos fue un caballero preocupado por la infraestructura de su municipio y procuraba contribuir con iniciativas en pro de su mejoramiento; elaboró croquis de su municipio, las aldeas y casco del pueblo; fue un eterno síndico ad honoren, trazó y abrió calles; instaló acueductos de agua potable en fincas y potreros; abrió caminos para transportar el café y los reforestó para mejorar también el transitar por ellos; cuidó las fuentes de agua; los límites entre sus potreros eran señalados por árboles de madera de color, los cuales han sido aprovechados hoy por sus hijos y otros que aún se mantienen como para no olvidar la noble labor de aquél distinguido ciudadano.
En la apertura de carreteras siempre acompañó a las personas comprometidas en estas tareas; así tenemos que sirvió de topógrafo a los ingenieros Paulino Figueroa y Antonio Zavala cuando trazaron la carretera de la Aldea San Isidro de Cortés a Concepción del Norte, Santa Bárbara, el 17 de marzo de 1956, realizando la construcción el Sr. Mariano Tomé. La siguiente etapa fue de Concepción del Norte a Chinda, Santa Bárbara e hizo el estudio el ingeniero Rafael Blanco en el año 1960 a 1961; el ingeniero Agenor Girón la trazó en 1962, realizando la construcción una cooperativa de Villanueva, Cortés, en 1973. Estas carreteras de terracería fueron balastreadas por el IHCAFE con un fondo de L 75,000.00 extendiendo la carretera hasta la Aldea de Protección. Cuando estos tramos carreteros se dañaban, don Carlos los reparaba con peones que el contrataba. En sus maletas no faltaba el altímetro y la brújula.
En el año 1950, en el mes de mayo, la fachada de la iglesia católica fue destruida por un rayo durante una terrible tormenta eléctrica; en el año de 1951 fue remodelada por don Carlos con cooperación de su cuñado Ramón Paz y su hermano Venancio Madrid.
Don Carlos no agotaba su dinamismo y lo demostró cuando en 1949 se hace cargo del equipo de futbol, lo organiza y le pone por nombre “Fraternidad”. Salía con el equipo a tener encuentros a otros municipios del departamento de Santa Bárbara y a Villanueva, Cortés. En una ocasión coronaron de reina a la bonita joven Evelia A. Paz, hija de don Ramón Paz. El equipo fue federado y llevó como entrenador al joven Lempira Reina. Cuando se realizaban encuentros en el pueblo con otros municipios, era amenizado con su marimba “Maderas de mi Tierra”. En 1953 compró una bitrola de cuerda que se activaba manualmente y que tocaba discos.
Don Carlos en 1949 viajó a Tegucigalpa e hizo gestiones con el SIP un organismo que daba ayuda para instalar agua potable en las comunidades, siendo presidente de la República el buen hondureño Juan Manuel Gálvez. La tubería fue puesta por el Gobierno en la aldea de San Isidro, donde cada ciudadano mayor de 18 años ayudó a cargar en sus hombros la tubería para trasladarla a Concepción del Norte. En el año de 1950 llegó el ingeniero Casco quién se hizo cargo del proyecto; al terminar su compromiso regresó a Tegucigalpa dejando como recuerdo dos hijos gemelos en Concepción del Norte.
Así fue don Carlos, servicial y desinteresado; probablemente Dios siempre le bendijo. A sus 68 años la vida lo envuelve en el más grande nubarrón de su vida, le arrebató a su joven hijo Genaro Mauro de 29 años de edad, de un aneurisma cerebral, su vida quedó macada por aquella tragedia. Con los años fue reduciendo sus bienes y los fue repartiendo a sus hijos.
En el año de 1969 sufrió un accidente automovilístico donde su esplendida salud ya no volvió a ser la misma, pero logró ver a todos sus hijos con hogares organizados y estables, y conoció a todos sus nietos; los bienes que él heredó, de cierta forma pudo vigilarlos y cuidarlos; se sentía satisfecho al ver que sus hijos cuidaban las tierras que tanto había cuidado y que amaba. Recordaba siempre la recomendación que el misionero Subirana les hizo cuando su padre tenía dos años de edad, “Compren tierras y no las vendan porque llegaran días que subirán a las montañas a alimentarse de raíces”. Esas tierras que el con el alma trabajó, en este siglo XXI ya están en poder de sus nietos.
Entre tanta faena física siempre dejó tiempo y espacio a su inclinación intelectual, se inclinó por la historia investigativa, lo motivó el legado de escritos y anotaciones hechas por su abuelo materno el señor Vicente Hernández, que llegaron a sus manos a través de su Serapio Hernández; también las historias narradas por la tía Nicolasa Hernández, las fue escribiendo en cuadernos elaborados con papel tamaño oficio, entre éstas la llegada del santo misionero Subirana a la aldea de El Cacao (hoy Concepción del Norte); su padre José León les narraba cómo sus parientes habían llegado a esas tierras.
Don Carlos se interesó por buscar en los libros de nacimientos y defunciones de las municipalidades; viajó a la arquidiosis de Santa Rosa de Copan en busca de datos de bodas y bautizos, porque los sacerdotes fueron muy ordenados en este aspecto. Y se encargó personalmente de escribir y comunicar sus conocimientos e historias para que fueran transmitidas de generación en generación. Si no fuera por estos diarios que se conservan hasta hoy con su puño y letra, no hubiera sido posible esta recapitulación de informes para las nuevas generaciones.
No es fácil poder plasmar la vida plena de un hombre que tuvo no una trayectoria política para conservar un apellido, pero sí un legado de trabajo y honestidad para su descendencia. No desempeñó puestos públicos en el Gobierno en la capital, ya que cómo muchos hombres buenos y capaces del siglo XX, fueron cubiertos por una nebulosa que no dejaba espacio a los que brillaban con luz propia. Hoy su familia le agradece a Dios por no haber permitido a don Carlos escalar puestos públicos porque hubiera abandonado lo más preciado, su familia, y el verse rodeado de la naturaleza y su belleza,  que le permitió conservar su mente lúcida a los 92 años de su larga vida.
“Vivencias de una Familia” es un compendio de anécdotas surgidas de situaciones vividas por sus protagonistas y resume algunos de los acontecimientos y escritos sobre la vida, ascendencia y descendencia de don Carlos Madrid Hernández. Su hija Alicia Isabel sólo ha deseado dejarlas plasmadas como un tributo a la vida y ejemplo de su padre y para conocimiento de las futuras generaciones.


FIN